Entonces una mujer, que padecía hemorragias desde hacía doce años y a la que nadie había podido curar, se acercó por detrás y toco el fleco de su manto. Al instante se le detuvo el derrame. Jesús pregunto: “¿Quién me ha tocado?”. Como todos decían: “Yo, no”, Pedro le replicó: “Maestro, es toda esta multitud que te rodea y te oprime”. Pero Jesús le dijo: “Alguien me ha tocado, pues he sentido que una fuerza ha salido de mi”.
La mujer, al verse descubierta, se presentó temblando y se echó a los pies de Jesús. Después conto delante de todos porque lo había tocado y como había quedado instantáneamente sana. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz” (Lucas 8: 43-48)
Pocas líneas para entender lo grande y sencillo que es Dios.
Esta mujer padecía una enfermedad desde hace 12 años y nadie la había podido curar (hasta ese momento), ¿cuantas situaciones, conflictos, sueños frustrados, actitudes y dolores similares veníamos (o aun venimos) cargando nosotros hasta que conocimos el amor de Dios? Estábamos igual que esta mujer “perdidos” desde hacía años en una vida vacía que rumbeaba por ahí… No se cruzó nadie en el camino que nos haya podido curar… Para algunos pasaron 17 años para otros 30, 40 o mas pero solo Jesús pudo hacerlo, solo Él pudo llenar mi vida, solo Él mitigó ese dolor, consoló esa angustia, acompaño esa soledad y le dio sentido a esta vida, en tantos años solo Él.
En esta contemplación, la frágil mujer se sana con solo acariciar el fleco del manto de Jesús, si, con algo tan sencillo y humilde como un hilo. O sea que Dios no me pide mucho para calmar esta tormenta pasajera, solo me pide confiar, confiar en el proceso, que mi mano tocara su ser y consolará a esta pequeña alma desorientada, me pide tener Fe aunque sea del tamaño y grosor de un hilo, porque Él instantáneamente (y diría también desde antes que reconozca mi necesidad de su ayuda) sanará mis dolencias, mis cansancios, mis preocupaciones, mi orgullo, mi egoísmo, mi pasado y cualquier “enfermedad” que le traiga mi corazón a la mesa.
La lectura dice, y al instante se detuvo su enfermedad, que eficiente que es Dios, y más cuando hay una oración hecha desde lo profundo del corazón por medio. Mas cuando hay sinceridad pura y humilde llamándolo… porque esta mujer seguro oró incansablemente para llegar a su manto. Dios solo quiere que des vuelta a mirarlo, que te des cuenta que Él ya estaba ahí desde siempre.
Cuan bien me conoce Él, sobre todo cuando lo necesito, no hace oídos sordos, insiste en consolar a este pequeño que hoy lo busca, que quiere tocarlo para ser sano. Y así nos revela Pedro en una de sus cartas: “depositen en Él todas sus preocupaciones, pues el cuida de ustedes” (1° Pedro 5: 7).
Jesús no le pidió nada a cambio, le dice que se vaya (que se vaya con su nueva vida, con su vida sana). Que esa Fe que a lo largo de los años la había mantenido viva y que estaba ahí, aun latente, hoy, la había salvado…
Así como esta mujer, y después de haber visto y oído como Dios obra en la vida de las personas debo avanzar un paso más en mi propia historia, debo sanar mi pasado, y comenzar a hacer mis duelos, debo ser valiente también y animarme (una vez más), pero con mayor firmeza y decisión a tocar la mano de Dios, el manto de Dios, para liberarme de esos recuerdos, que pesan sobre mi presente y que no me deja caminar hacia mi proyecto de vida.