Puede ser un “no te perdono” en una relación, un “no pasa a la siguiente etapa” en una entrevista laboral, un “no ha quedado seleccionado” en la carrera universitaria de mi gusto, entre unos cuántos más que existen. No importa el contexto o la circunstancia, un “no” siempre es difícil.
Siempre conlleva incomodidad, frustración, desconsuelo, entre un sinfín de otras emociones y sentimientos que nos rodean en esas situaciones.
Debo decir que me reconozco como un sobreviviente a distintos “no” que han tenido ocasión en mi vida. No han sido fáciles. Al contrario. Han llevado lágrimas y profunda desolación.
Un cuestionarme una y otra vez ¿Qué hice mal?. Y sentir un golpe fuerte. Literalmente.
Un “no” lo veo como un tremendo portazo de esos que alguien pega cuando está enojado. De esos que te llegan a retumbar los oídos y te dejan por unos segundos sin reacción.
A diferencia de un portazo, un “no” te deja más que unos segundos sin reacción, no te permite ver, pareciera que todo está oscuro o nebuloso y a ratos duele hasta respirar.
Cuando anteriormente hablaba de desolación, no solo me refería a esa sensación humana de vacío provocado por una angustia, dolor o gran tristeza, sino también a la “Desolación Espiritual”.
Si algo aprendí bien de los ejercicios espirituales de San Ignacio fue mirar mi vida de fe como una batalla espiritual. Pasar de sentirse consolado a desolado o viceversa es cosa de creyentes. Pues en estas situaciones en donde reina el “no”, la desolación llega… esa “obscuridad y confusión interior, aquella propensión hacia las cosas mundanas y bajas, toda perturbación, inquietud o tentación contra la fe, la esperanza y el amor”. Y cómo no sentirse así, si uno nunca está preparado. Aunque las posibilidades sean escasas, uno siempre va con la leve esperanza de escuchar de parte del otro ese anhelado “sí”.
Pero no, el sí no llega y se nos cae el mundo. Se nos desarma todo. Estamos tan acostumbrados a hacer todo a nuestro modo, que cuando alguien impide que nuestro proyecto llegue a buen término, no vemos más allá. Nuestra cerrazón de mente no nos permite ver que hay un sin número de posibilidades a nuestros pies. Puede que suene cliché, pero con el tiempo cada vez me hace más sentido la frase que dice “cuándo se cierra una puerta, se abre una ventana”. Y yo no creo que sea una ventana, sino más de una e incluso tal vez sea una puerta o un portón.
Lo importante es estar atento y descubrir que la lucha de nuestra batalla la seguimos nosotros, y que ante todo esa lucha se gana con la ayuda de Dios, fiel amigo y compañero.
En resumen, cada “no” es aprendizaje, es hacer vida mi pasaje favorito de San Pablo cuando dice:
“Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2Cor 12, 9) en donde Dios me vuelve a renovar en la fortaleza y esperanza; sabiéndome frágil, pero sostenido por Él, especialmente en la dificultad. También es descubrir que no sólo soy bueno para ese “algo” reducido donde tenía puestas todas mis fuerzas y mi corazón, sino que ese “no” me permite ver con claridad muchos otros dones o talentos escondidos que Dios me ha regalado y que no he sabido aprovechar y poner al servicio de los demás.
En definitiva un “no”, no es el final, en realidad es el comienzo de nuevas y buenas oportunidades, para querer, aceptar, conocer, amar y agradecer.
Javier Navarrete Aspée