Mi cruz

jueves, 15 de febrero de

Pero no existe solamente la cruz de Cristo, existe también nuestra cruz.

 

Y, entonces, ¿cuál es esta cruz? Amigo, quiero decirte dos palabras, a este propósito, con mucha claridad, como se hace entre verdaderos amigos.

 

Tenlo presente. La cruz que no te va bien es precisamente la tuya.

 

La cruz no es un vestido, ni un par de zapatos, que te deben venir a la medida. La cruz jamás va a la medida de tu gusto y de tus exigencias particulares. Desgarra, magulla, araña, arranca la piel, aplasta, doblega…

 

Y, sin embargo, no hay duda. Para que sea de verdad tuya, la cruz no debe irte bien. Por cualquier lado que la mires, la cruz nunca va bien.

 

Tampoco a Cristo le iba bien su cruz. No le fue bien la traición de Judas, el sueño de los apóstoles, la conjura de sus enemigos, la fuga de los amigos, las negociaciones de Pedro, las burlas de los soldados, el grito feroz del pueblo.

 

La cruz, para que lo sea, no debe irte bien.

 

Esa cruz que te viene encima en el momento menos oportuno -una enfermedad que te pilla mientras tienes muchas cosas que hacer y que te echa por tierra un montón de proyectos -es la “tuya”.

 

Esa cruz que nunca hubieras esperado -aquel golpe cobarde que te ha venido de un amigo, aquella frase que tenía el chasquido de un latigazo, aquella calumnia que te ha dejado sin respiración- es “tu” cruz.

 

Esa cruz que tú no habrías elegido nunca entre otras mil -“una cosa así no debía sucederme a mí”- no hay duda: es “tu” cruz.

 

Esa cruz que te parece excesiva, disparatada, desproporcionada a tus débiles fuerzas -“es demasiado, no puedo más”- no pertenece a los otros: es la “tuya”.

No te hagas ilusiones. No existe una cruz a la medida.Para ser cruz tiene que estar fuera de medidas.Intenta buscar. Registra por todas partes. Examina todo bien.Valóralo con atención. Y, si encuentras al final la cruz que te va bien, tírala. Esa, ciertamente, no es la tuya.

 

Las señales para reconocer si una cruz es tuya son desconcertantes: imprevisión, repugnancia, malestar, imposibilidad, inoportunidad, sentido de debilidad.

Si una cruz se te presenta como antipática, desagradable, excesiva, demasiado ruda, insoportable, no dudes en cargar con ella. Te pertenece.

Por otra parte, no importa que no sea “tuya” en el momento de partir. Llegará a serlo durante el camino, a través de una cierta familiaridad que se establecerá entre tú y ella.

 

Al principio se te presentará como si te fuera extraña.

Después descubrirás que es verdaderamente tuya.

Sólo llevándola te darás cuenta de que esa cruz es “tuya”.

 

Esto no quiere decir, entiéndase bien, que las relaciones entre tú y la cruz se hagan idílicas, que todo marche bien. Con la cruz no hay nada que marche bien. La cruz marca surcos profundos en las espaldas y en el corazón.

 

Pero, a pesar de todo, se establecerá una familiaridad. Una familiaridad sufrida, pero justificada por el sentido que se descubre poco a poco, caminando. Y aun cuando el significado no aparezca claro, siempre está la fe que te invita a dejarte conducir de la mano de alguien que sabe.

 

No eres tú quien tiene que saber.Fe, quiere decir simplemente, saber que él sabe, aun cuando tú estés a oscuras.Adelante, pues, con esa cruz que no te va bien. Con la cruz que no está hecha a medida.

 

Lo que cuenta no es que la cruz esté hecha a tu medida.Lo esencial es que tú seas a la medida de Cristo.

Fuente: “El pan del domingo Ciclo C”, Alessandro Pronzato, Editorial Sígueme

 

Oleada Joven