¿De qué tiene necesidad la Iglesia?
La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros “con gemidos inefables” y que interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña “toda verdad”. A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones “por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo han escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio?. De eso tiene necesidad la Iglesia. Tienen necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como Iglesia. Si, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: “¡VEN!” (Pablo VI, discurso del 29 de noviembre de 1972)
La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros “con gemidos inefables” y que interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña “toda verdad”.
A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones “por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo han escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio?. De eso tiene necesidad la Iglesia. Tienen necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como Iglesia. Si, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: “¡VEN!”
(Pablo VI, discurso del 29 de noviembre de 1972)