Desconectados: una nueva tribu urbana

miércoles, 21 de febrero de
image_pdfimage_print

“Los desconectadod” son urbanitas, gente de ciudad, nativos digitales que han crecido al amparo de la red, presindir de la red. ¡Sí, sí! Decidieron vivir sin internet y eso no les impide desarrollar sus tareas laborales, educativas y mucho menos vinculares.

4 años atrás la agencia en comunicaciones Havas Media  realizó una encuenta en Francia que arrojó como resultado un 20 % de su población desconectada a internet, el motivo, no quieren ser vigilados o simplemente quieren darle prioridad d la vida real dejando a un lado la virtual.

 

Sobre todo porque observaban que las redes sociales se estaban convirtiendo en adictivas y esto los levaba a perderse de lo que pasaba a su aleredor, en la vida real. Este grupo al que hacemos referencia es una población de entre 25 y 49 años, de la clase alta, universitarios. 

 

Citando algunos ejemplos concretos:

 

Jon, un niño de 14 años de Bilbao que ha sido adicto a los videojuegos, que también forma parte de la galería de personajes de La gran adicción y lleva un año de feliz desconexión.

 

Cristina, una barcelonesa de 29 años que, después de buscar infructuosamente el amor a través de Tinder y otras redes similares, decidió dar una patada a todo ese mundo virtual y recuperar su tiempo .

 

Kaya, una inglesa de 26 años que trabajó durante un tiempo en el mundo de la moda y que, harta de asistir a fiestas en las que el objetivo de todos los invitados era salir estupendos en las fotos y las selfies que luego se colgaban en los redes sociales, decidió hacer una fiesta sin móviles. Los asistentes se sintieron tan aliviados y relajados que Kaya ha hecho de eso su negocio: se gana la vida haciendo fiestas secretas en distintos lugares de Londres que se dan a conocer por el boca a boca y en las que está absolutamente prohibido hacer fotos.

 

Essena O’Neill, una bloguera australiana que contaba con 500.000 seguidores en Instagram, 20.000 en Snapchat y 250.000 en YouTube y que decidió acabar con la obsesión de perfección que marcaba su vida. Borró de un plumazo 2.000 imágenes de su Instagram y escribió: “Soy la chica que lo tuvo todo y quiero decirte que tenerlo todo en las redes sociales no significa nada en tu vida real. He dejado que se me definiera por los números y lo único realmente me hacía sentir bien era conseguir más seguidores, más megustas, más repercusión y visitas. Nunca era suficiente”.

 

 

Otros se ven motivados a salir de la red porque sufren al ser testigos de las desigualdades soocailes que está creando la economía digital. “Cuando el usuario medio abre su teléfono o su navegador, todo responde a la misma lógica subyacente: enviar información a no se sabe muy bien quién y recibir información de no se sabe muy bien quién. Compartir. Pero cuando compartimos somos trabajadores sin salario para un jefe anónimo, generamos contenido para las plataformas y, por tanto, tráfico y visitas. Esa vorágine engancha”, explica Enric Puig Punyet, otro desconectado y Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona y la École Normale Supérieure de París, profesor en la Universitat Oberta de Catalunya y escritor, artista y comisario independiente

 

“La nueva red ya no es una herramienta al servicio de la humanidad, sino un sistema que pone a la humanidad a su servicio”. La necesidad de desconexión está creciendo tanto que ya hay avispados empresarios de turismo que ofrecen hoteles sin wifi, o restaurantes que se publicitan por no disponer de conexión a internet, como uno en Barcelona propiedad de una pareja de jóvenes argentinos defensores del Slow Food, el movimiento que aboga por recuperar ritmos más pausados.

 

En Silicon Valley los niños de los ejecutivos de Google y Apple aprenden a vivir sin ordenadores, sin tabletas o sin tele. En esos colegios se prohíbe a sus alumnos el uso de las nuevas tecnologías.

 

Escritores como Jhumpa Lahiri, Amélie Nothomb o Jonathan Franzen ya forman parte del ejército de los desconectados. Por no hablar de los 562 escritores e intelectuales de 82 países -incluidos cinco premios Nobel de literatura- que, en 2013, firmaron un manifiesto contra la vigilancia masiva y el espionaje por parte de empresas y Estados a los ciudadanos a través de la red.

 

 

Fuente: El Mundo

 

Oleada Joven