Buenas nuevas pa’ los pobres

jueves, 8 de marzo de

La frase que encabeza este texto la leí hace pocos años en una imagen que mostraba un lienzo afuera de un templo. Junto a ella aparecía una foto del Papa Francisco y otra de Monseñor Romero. En ese momento desconocía la figura de este sacerdote. A lo más podía distinguir en la imagen que se trataba de un Obispo por la ropa que llevaba puesta.

 

Al no conocerlo mucho, tampoco entendí por qué podía ser considerado una “Buena Nueva pa’ los pobres”. El Papa Francisco había sido electo hace poco y me hacía sentido mirarlo así, porque desde el minuto uno de su pontificado se notaron como dijo también alguien, los “nuevos aires para la Iglesia” y su preocupación por ir a las periferias existenciales del mundo. 

 

Al poco tiempo en una misión con la Familia Religiosa donde participo como Laico, en una noche de películas vimos la Película de Romero. Creo que las palabras no alcanzarían para expresar todo lo que sentí. Un desborde de sentimientos. 

 

Desde ese día no pude quedar indiferente a la vida de este hombre. Un testimonio de fe heroica, que lo llevo al martirio por su defensa de los más desprotegidos de la sociedad.

 

Al poco tiempo vino su Beatificación. No puedo olvidar ese momento en que decenas de sacerdotes de El Salvador caminaban junto a la camisa ensagrentada de Monseñor Romero (reliquia de su martirio), cantando junto al salmo 71:

 

“Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad; tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz; tu Reino 

es Gracia, tu Reino es Amor: ¡Venga nosotros tu Reino, Señor!

 

Estoy seguro que el Reino de Dios se hizo presente en ese momento, donde un hombre, fiel al Evangelio de Jesucristo, sería elevado a los altares por haber donado su vida buscando la justicia para su pueblo, un pueblo herido y reprimido.

 

En palabras de Jon Sobrino, sacerdote jesuita que conoció a Monseñor Romero, he podido profundizar aun más en su persona por medio de su libro “Monseñor Romero, testigo de la verdad”.

 

En ese texto, Sobrino dice algo que me llama mucho la atención de Monseñor Romero. Y es que él dentro de su vocación sacerdotal y arzobispal también tuvo una fuerte “conversión”. Es muy fuerte esa palabra a veces. Yo diría porque erróneamente uno asocia la conversión solo como una transformación de alguien en cierta cosa que antes no era. Pero en este caso no es solo eso, es más que eso.

 

Dentro del camino de fe tengo plena certeza que estamos llamados a estar en constante conversión del corazón. A eso nos invita Dios. Y en el caso de Monseñor Romero esa conversión cambiaría su vida para siempre. Sobrino dice que es muy difícil que una persona con más de 50 años cambie su estructura psicológica, pero así fue. Monseñor pasó de ser alguien más bien silencioso y conservador, apegado a lo tradicional, a un apóstol de la justicia, voz de los que no tienen voz, defensor de su pueblo, de los campesinos, de los más  pobres. 

 

Esta conversión significó ganarse el odio de la clase acomodada, convertirse según ellos en un agitador de las masas. Y tan solo por decir la verdad. Sí, la verdad.

 

Su testimonio de vida, no fue más que hacer vida el Evangelio. El Evangelio de Jesús en donde los pobres tienen el papel principal. Los mismos pobres por los que la Iglesia haría una opción preferencial que Monseñor Romero buscaría a cada momento de su misión como Arzobispo.

 

Ahora me pregunto: ¿Todo lo anterior era realmente un motivo para ser asesinado?. Pues no. Nadie debiera morir así, tan brutal e injustamente y mucho menos a causa de su fe.

 

Pero desde una mirada cristiana, creo que podemos y puedo entenderlo mejor: El martirio de Monseñor Romero tenía algo que decirnos a la Iglesia universal, y especialmente a Latinoamérica, un mensaje fuerte y claro de volver a la raíz del Evangelio, de la Buena Noticia. Volver a poner nuestra mirada en la ojos de nuestros hermanos, los predilectos de Jesús.

 

Hoy a algunos años de haber leido esa frase del lienzo, la Iglesia reconoce una vez más la santidad de Monseñor Romero, mártir de la fe, profeta de justicia, y esta vez para ser oficialmente proclamado Santo y volver a repetir con fuerza  “Buenas nuevas pa’ los pobres”.

 

¡SAN ROMERO DE AMÉRICA, RUEGA POR NOSOTROS!

 

 

Javier Navarrete Aspée

 

Javier Andrés Navarrete Aspée