Andaba leyendo una carta tras otra, cuando tocaron la ventana. Casi que no atiendo, la tarde estaba terminando, volvíamos de una jornada larga, y la tentación de quedarme calladita en mi rincón nostálgico fue grande, aunque la vocecita de Vitoria fue mayor. Me asomé por la ventana y ahí estaba ella, buscando presencia.
A Vitoria le entiendo una o dos palabras, para ella todos los voluntarios tienen más o menos el mismo nombre, pero se hace entender como ella sola. Con el balbuceo que largó, comprendí que preguntaba por Débora, después preguntó por Florencia, por Carolina, por Arnaud, por cada uno. Como era casi de noche, intenté mandarla para su casa pero tocó el punto justo de la compasión: “¿Y Jesús?” – preguntó. Eso le salió clarito. Sorprendida y más conmovida todavía, le dije que claro, que Él estaba aquí: “¡Él no se muda!”
Si hay algo que hace especial una casa Puntos Corazón, es la Presencia que la habita. Solo Él permanece, nosotros somos pasajeros. ¡Y yo no pude negarlo! ¡No debía negarlo! Escogió vivir en el corazón de este barrio para que nenes como Vitoria se sientan abrigados al comenzar la noche; para que mujeres como María le confiesen sus dolores y miserias; o Rosa, para que le ruegue por la salud de sus hijos; y así ¡tantos otros! ¡Pero también para mí!
Ese día no había hecho Adoración, y fue Vitoria la que me regaló en esa tarde/noche una de las horas más lindas. Después de adorar juntas, la despedí dándole las Gracias por haber sido tan insistente.
Lucía Q.
Puntos Corazón – Brasil