Les ha pasado alguna vez que se han visto a brazos cruzados frente a una situación que escapa de sus manos? Se han visto enfrentados a algún momento de creer haberlo tenido todo y derrepente se ven sin nada?. Pues yo sí. Exactamente hace un año me vi en una situación así. Todo funcionando perfecto, con el plan armado y tan solo esperando que todo fuera ocurriendo según yo lo tenía pronosticado. Y qué pasó?. Se desarmó. Sí, se desarmó y ya no había nada más que hacer. En ese momento fue cuando me vi en la nada de mi humanidad, creyendo con firmeza que nada, absolutamente nada tenía sentido, porque no estaba resultando como yo quería.
Fueron semanas de dolor, de preguntas, de cuestionamientos, de repetir una y otra vez:¿Por qué yo?. Y por mas que me esforzara en entender, no encontré respuesta.Pero saben cual fue mi fortaleza?. Encontrarme cara a cara con el “Todo” de Dios.
Ese todo que venía a llenar mi vida con esperanza, a tomarme con un sutil impulso y ponerme nuevamente en pie. Igual con un poco de resistencia y orgullo confié. Confié en que todo tenía su respuesta por dura que esta fuera, cuando somos dóciles a la acción del Espíritu.No del espíritu de la tristeza yla eterna desesperanza, sino del Espíritu de Dios que se posó sobre mi debilidad y sopló con fuerza para renovarme en Él y darme señal de que nada estaba perdido y todo tenía sentido cuando me dejaba moldear por las manos de Dios.
Estas palabras las escribo porque me ayudan a seguir sanando la herida que una vez se abrió y hoy ya está cerrada esperando la cicatrización completa. Puede sonar repetido decirlo, pero muchas veces pienso: “Si alguien me hubiera dicho esto o aquello… no lo habría creído”. Y sigo pensándolo. No lo habría creído. Sencillamente por la razón que nadie podría habérmelo contado sin antes haberlo vivido. Y con más fuerza aun, creo que si lo hubiera sabido, seguro habría elegido vivirlo, porque Dios me tenía mil y una oportunidades para tomar y ser feliz.
Javier Navarrete Aspée