“Tenían los ojos tan ofuscados que no lo reconocieron.” Lc. 24, 16 El relato de los peregrinos de Emaús es una de las citas biblícas que más llaman mi atención. Me interpela de modo particular su actitud de escape. Evaden la realidad dolorosa de haber perdido a su Maestro. Huyen de la burla de aquellos quienes les vieron seguir (¿en vano?) al Mesías. Pescaron con Él, caminaron con Él, compartieron su pan, le vieron hacer milagros, hasta cambiaron de Vida por Él…y ahora, sólo les queda: vacío, desolación y desamparo. Lo que sí fue encontrado vacío fue el sepulcro donde habían puesto el cuerpo de Jesús, pero ellos tampoco dieron crédito a lo que las mujeres narraron e igualmente se escabulleron. Tenían el corazón ensombrecido y nublado el entendimiento. No podían creer en la Resurrección. Este tiempo de camino a la Pascua fue un tiempo de dificultades y confusiones también para mí. Fue mi hijita de dos años quien con su simpleza de niña fue acompañando a Jesús en cada momento de su Pasión y de este modo dandome cátedra de “la teología de los niños”. El viernes Santo dijo acongojada: ¡Jesús tiene una nana mami, tenemos que sanarlo! Y ya el sábado de Gloria cantó dando saltos de alegría: ¡¡¡Jesús está vivo!!! ¡¡¡Jesús está vivo!!! En ese momento ardió mi corazón, se me abrieron los ojos, y en ella, pude reconocer a Jesús que caminaba junto a mí. La Pascua renueva siempre nuestra alegría y nuestra Esperanza. Que podamos mirar hoy, con ojos de Resurrección, a quienes caminan a nuestro lado. Y reconocer, quizás, en ellos: al Amor.