La “llave del conocimiento”(Lc 11,52) no es otra cosa que la gracia del Espíritu Santo. Se da por la fe. Por la iluminación, produce realmente el conocimiento y hasta el conocimiento pleno. Despierta nuestro espíritu encerrado y oscurecido, a menudo con parábolas y símbolos, pero también con afirmaciones más claras… hechas atención en el sentido espiritual de la palabra. Si la llave no es buena, la puerta no se abre. Porque, dice el Buen Pastor, ” es a él a quien el portero abre ” (Jn 10,3). Pero si la puerta no se abre, nadie entra en la casa del Padre, porque Cristo dijo: “Nadie va al Padre sin pasar por mí” (Jn 14,6).
Por tanto, es el Espíritu Santo, el primero, que despierta nuestro espíritu y nos enseña lo que concierne al Padre y el Hijo. Cristo nos dice esto también: “Cuando venga, él, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, dará testimonio en mi favor, y los guiará hacia la verdad plena” (Jn 15,26; 16,13). Ven cómo, por el Espíritu o más bien en el Espíritu, el Padre y el Hijo se dan a conocer, inseparablemente…
Si se llama llave al Espíritu Santo, es porque, por él y en él primero, tenemos el espíritu iluminado. Una vez purificados, somos iluminados por la luz del conocimiento. Somos bautizados desde lo alto, recibimos un nuevo nacimiento y llegamos a ser hijos de Dios, como dice san Pablo: “El Espíritu Santo clama por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26). Y todavía más: “Dios derramó su Espíritu en nuestros corazones que grita: ‘ Abba, Padre'” (Ga 4,6). Es pues él quien nos muestra la puerta, puerta que es luz, y la puerta nos enseña que, aquel que habita en la casa ,es él también luz inaccesible.
Simeón el Nuevo Teólogo, monje griego