Después de hacer la comparación (de la mujer que va a dar a luz) a la tristeza de los apóstoles, el Señor la aplica al futuro gozo que tendrán.
Les promete primero que lo verán, cuando les dice: ‘pero de nuevo me verán’. Sin embargo no dice: ‘me verán’, sino ‘los veré’, pues el hecho de mostrarse a sí mismo proviene de su misericordia, expresada por su mirada. Jesús dice entonces: ‘Pero volveré a verlos’, al Resucitar y en la gloria futura: «Tus ojos contemplarán un rey en su belleza, verán una tierra dilatada» (Is 33:17).
Les promete después la alegría del corazón y el júbilo: ‘y se alegrará su corazón’, es decir al verme en la Resurrección. La Iglesia canta también: «¡Este es el día que ha hecho el Señor, gocemos y alegrémonos en él!» (Sal 117:24). ‘y se alegrará su corazón’ igualmente por la visión de la gloria. «Me llenarás de gozo delante de tu rostro» (Sal 15:11). En efecto, para todo ser es natural encontrar la alegría en la contemplación de la realidad amada. Sin embargo, nadie puede ver la esencia divina sin amarla. Entonces la alegría acompaña necesariamente a esta visión: Ustedes « lo verán», conociéndolo por la inteligencia, «y se alegrará su corazón» (Is 60:5); y esta alegría misma brotará hasta sobre el cuerpo, cuando éste sea glorificado; también Isaías hilvana diciendo: « sus huesos retoñarán» (Is 66:14). «Entra en la alegría de tu Señor» (Mt 25:21).
Finalmente el Señor promete una alegría que durará siempre, cuando dice: ‘y su alegría’, la que tendrán por causa mía en la Resurrección – «Salto de alegría delante del Señor, y mi alma se alegra en mi Dios» (Is 61:10) – ‘nadie se las quitará’ pues «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene poder sobre él» (Rm 6:9). Es más, ‘su alegría’, la alegría de gozar la gloria, ‘nadie se las quitará’ pues no se puede perder y porque es perpetua – «habrá alegría eterna sobre sus cabezas» (Is 35:10).
En efecto, esta alegría nadie podrá quitársela a sí mismo por el pecado, pues allá, la voluntad de cada uno estará confirmada en el bien; y nadie tampoco le quitará esta alegría a otro, pues no habrá allá ninguna violencia y nadie dañará a nadie.
Santo Tomás de Aquino