Hoy en día se habla de una sociedad que está en crisis, que no sabe para dónde ir y desesperadamente se mira a los adolescentes para, de algún u otro modo “echar un vistazo” a cómo será en el futuro y el pronóstico no es alentador: también tenemos una adolescencia en crisis. Y ya se habla de cómo será el futuro, que los jóvenes no tienen expectativas, no tienen un proyecto, no saben qué hacer, no tienen disciplina, que ya no son como antes, etcétera. Por eso desde este espacio me gustaría hoy hablar un poco de esta adolescencia de la cual escuchamos mucho pero desde otro punto de vista: juventud en crisis (y oportunidad).
En primer lugar quisiera caracterizar un poco la adolescencia: comienza un proceso (casi desesperado hoy en día) que se caracteriza por la búsqueda de cimientos, en otras palabras, la búsqueda de una identidad; buscan acá, buscan allá, no les convence, prueban y prueban y llegan a una pregunta-conclusión casi inconsciente con un nivel filosófico-espiritual muy profunda: ¿y si no hay cimientos? En otras palabras ¿Qué es el amor? ¿Qué es la vida? ¿Qué es la amistad? ¿Qué es el compromiso? ¿Existen todas estas cosas? ¿O son simplemente costumbres? Y es en este momento, cuando se da cuenta que no hay respuestas (o que las busca donde no las va a encontrar), donde el joven comienza a vivir su vida a la deriva, sin metas, sin objetivos, sin esperanza; comienza a sobrevivir.
“La realización personal” actualmente consiste en sobrevivir. Aunque a decir verdad ya casi ningún joven se plantea cuál puede ser una posible realización personal. Hablar de proyectos de vida, compromisos, relaciones serias y estables, es hablar de un cuento de hadas, de algo utópico, casi imposible. Y no porque los jóvenes no sean capaces de lograrlo sino porque está lejos de sus prioridades, de hecho hasta éstas están desdibujadas también. Quizás el “pasarla bien” o el “disfrutar lo más que se pueda”, o esa bendita frase “que todo fluya y que nada influya” son algunos de los lemas de la juventud que sirven para ilustrar lo que queremos demostrar.
A toda esta situación interna se le suma el mundo exterior que ofrece las mil y una para hacer, pensar, debatir, probar, experimentar, entre otras.
No parece un panorama alentador: jóvenes que no saben (y hasta a veces ni se plantean) a dónde ir más un mundo que no favorece al conocimiento introspectivo juvenil, hace un combo explosivo. Pero es acá donde entra en acción la oportunidad.
Que la juventud está en crisis es una realidad casi cotidiana pero hablar de oportunidad en este contexto suena raro, distinto, poco común, poco “marketinero” pero también es una realidad: ser testigos del amor de Cristo. Ésa es nuestra oportunidad, nuestra carta. Mostrarle a los jóvenes y al mundo que ser cristianos vale la pena (y hasta la vida). Mostrarle a los jóvenes que con Cristo nuestra vida se plenifica en un verdadero sentido, no solamente “la pasamos bien” sino que verdaderamente se plenifica, cambia, se trasforma, se resignifica. Con Cristo la vida se llena de contenido, de rostros, de vida (y vida en abundancia). Se llena de esperanza, un porqué vivir, un “algo más”.
En un tiempo donde necesitamos salir a buscar a aquellos jóvenes que se encuentran al borde del camino, el ser testigos es la manera. Reconocemos que no es fácil, ya que “el borde del camino” está lleno placeres, facilidades, vicios, superficialidades, etc. pero es ahí donde entra Jesús en nuestra ayuda. Tener siempre presente que no hacemos un trabajo de Superman, que no vamos a salvar al mundo, Cristo ya lo hizo; simplemente (y complicadamente) anunciamos a Jesús Salvador del Hombre.
Animamos a todos aquellos jóvenes que ya se han encontrado con el amor liberador de Cristo a no cansarse de luchar, a no dejarse ganar por las atracciones del borde del camino, a seguir con la cabeza puesta en la meta, a seguir dejándose guiar por el Santo Espíritu, a continuar buscando adolescentes iguales a ustedes que están metidos en lo más oscuro del borde del camino y que en definitiva, han sido golpeados, saqueados y que han sufrido, también, que muchos pasen de largo. Cristo los llama especialmente a ellos.