La intimidad de Jesús

martes, 3 de julio de

Al ver Jesús la multitud que lo rodeaba, dio orden de atravesar el lago.

Entonces se acercó un letrado y le dijo:  –Maestro, te seguiré donde vayas.

Jesús le contestó: –Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

Otro discípulo le dijo: –Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre.

Jesús le contestó: –Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

Mateo 8, 18-22

 

Jesús, en el sermón del Monte, que relata el Evangelio de Mateo durante tres capítulos (5,6 y 7), sienta la esencia del ser cristiano, los peligros a tener en cuenta y las bases de un seguimiento fiel y verdadero. Le habla a la multitud, todo el gentío escucha, algunos quizás por primera vez. Les llega a su vida la palabra de Jesús. Los discípulos eligen estar bien cerca, quienes pese a la cantidad de gente, no quieren perder la intimidad con Jesús.

 

Una vez que Jesús termina este Sermón (que nos podemos imaginar que no fue de una sola tarde, sino de un compartir de varios días), la multitud se queda asombrada ante tan sencillas y profundas palabras de este nazareno. Así, esta gran cantidad de personas comenzó a seguir a Jesús, mientras bajaba del monte dirigiéndose a Cafarnaún.

 

Quien los había deslumbrado con sólo palabras, ahora sana enfermos y expulsa demonios. Jesús se hace cargo de las debilidades que encuentra en la gente y es misericordioso, se compadece ante la miseria del que sufre. Estas acciones de Jesús provocan que la multitud se mantenga con Él y no deje de seguirle los pasos… queriendo, tal vez, ver más sanaciones o permanecer junto a él por la fama que le habían hecho, o queriendo alimentar el asombro con lo increíble, lo “mágico”.

 

El evangelio citado al principio muestra que Jesús no elige la multitud… la esquiva. Junto con la multitud, está la fama, el interés, las grandezas, el poder. Quiere dejar atrás eso que “lo rodea”; deja en claro que él no es todo lo que la gente admira o quiere de Él, ni tampoco la imagen que la sociedad le ha construido. Jesús es Jesús.

 

Lo que busca es ser él mismo, busca la intimidad, por eso les pide a los discípulos que atraviesen el lago, que vayan a la otra orilla, a otro lugar lejos del ruido y la multitud.

 

En ese momento aparecen dos personajes de entre la multitud que, seguramente después de haber presenciado los milagros de Jesús y de haber escuchado sus palabras, quieren permanecer con Él en la intimidad, como los otros discípulos. Jesús los atrajo, les hizo arder el corazón (Lc 24,23)  y con Él quieren pasar el tiempo.

 

Lo que los motivó a seguirlo puede ser realmente estar con Jesús, porque en su corazón sintieron que Él era quien los llenaba de Vida con sus palabras y querían ser llenados por completo, dejando todo. O también, podrían haber estado buscando ser sanados, ver más milagros, asombrarse más, sencillamente “curiosear”, o seguirlo pero sin mucha confianza, sin dejar todo de lado.  

 

Jesús los advierte de lo que implica el seguimiento: dejar de lado toda seguridad, estructura, refugio, y ponerlo a él primero, antes que todo y todos.

 

¿Jesús es exquisito? ¿Quiere tener exclusividad caprichosamente? ¿Lo hace porque quiere sumar más seguidores? No. Jesús sabe lo que hay en el corazón del hombre (Sal 44,22), y conoce los motivos y circunstancias del seguimiento, advirtiendo que no siempre quien lo sigue lo hace confiando plenamente en él y buscándolo sin querer obtener un beneficio secundario.

 

En varias ocasiones, Jesús no quiere un seguimiento tumultuoso, ruidoso, multitudinario. Antes que el asombro ante la novedad, busca el corazón. La idolatría y la admiración no tienen peso en su relación con los discípulos, sino la cercanía humana compartiendo el día a día.

 

El seguimiento que quiere Jesús es el de la amistad, el de la intimidad, de la cercanía, por eso evita la multitud y se va hacia la otra orilla, lejos de los halagos y de la gente que sigue a Jesús por lo que hace o se dice de él y no por quien es.

 

Cuando se embarca hacia el otro lado, abandona en la orilla la fama, el gentío, los admiradores, la “fiebre jesusista” de quienes lo rodeaban, y se dispone a navegar, lejos de esas falsas seguridades, eligiendo la discreción, la intimidad, los amigos, el seguimiento desinteresado. Y los suyos también hacen lo mismo, y van atrás del Jesús verdadero: el Dios-hombre que comparte la vida con ellos, lejos del poder y la fama; el Maestro que se entrega como compañía, profunda y sincera, a sus amigos, los discípulos.

 

A veces, navegar mar adentro es adentrarse en la profundidad de la intimidad con Jesús, dejando en la orilla todo aquello que nos distrae o desvía de nuestra relación fraterna con Él.

 

Cristian Ignacio