Vivir como el Pomelo

miércoles, 1 de agosto de

Una tarde caminando en el patio del seminario, haciendo ejercicios espirituales, miraba la naturaleza cuando me crucé con un árbol de pomelo.

 

Al ver este árbol, estaba lleno de frutos. Lleno de pomelos. Me llamó mucho la atención, ya que era en pleno invierno y había hecho mucho frío en esa temporada. Yo mismo estaba muy abrigado (llevaba una campera, guantes, poncho, etc.)

 

Más allá de esto, lo interesante fue el fruto del pomelo… Este me llamó mucho la atención y empecé a pensar en la vida del pomelo al contemplar la planta.

 

Primero pensé en lo difícil que es el nacer de una semilla en la naturaleza. Esta depende de que haya lluvias, buen sol, que no se la coman los pájaros, etc. Después pensé en lo difícil que habrá sido el crecer de este árbol. El frio, el calor, los tiempos de sequía, de mucha lluvia, las plagas y enfermedades, etc. Luego pensé en los años sin dar fruto que habrá tenido este árbol. Los años que pasó como un árbol estéril, desapercibido por el hombre. Y también pensé en lo difícil que habrá sido para el árbol dar fruto en este clima tan inhóspito como el invierno. Y finalmente lo bello de este fruto, que a muchos les fascina saborear (por más amargo que sea) solo o con miel o azúcar. Mismo hasta en jugo o dulces y demás cosas. 

 

Mirando el fruto, me di cuenta que muchas veces nuestra vida es así. Nacemos por milagro de Dios. Alguien nos riega, nos da sol, nos cuida de los pájaros, etc. También cuando crecemos, cuando brotamos nos enfermamos, pasamos calor, fríos, hambre, etc. y sin embargo nos adaptamos a esos terrenos inhóspitos y seguimos caminando, porque hay alguien que está ahí ayudándonos en esto. Pensaba en las veces que pasamos desapercibidos por los otros, cuando no nos escuchan, no nos ven tan solo por no poder dar fruto.

 

Y finalmente me conmovía pensar que somos como ese pomelo… Surgimos en el frio adaptados a lo inhóspito en el frio del invierno, con un gusto amargo por todo lo que padecimos para vivir y sin embargo… somos ¡Bellos! Somos algo tan bello que los otros quieren gustarnos con otros, nos buscan y nos gustan.

 

Esa belleza es la que hay en nuestro interior y es la belleza del Dios que nos creó, que creo todas las cosas y vio tan lindo todo que necesitaba a otros para compartir lo creado. Este Dios que nos crea por amor y no solo le basta con compartir lo creado, sino que también que nos crea como el pomelo… nos hace bellos en nuestro ambiente inhóspito. 

 

pomelo rosado

 

 

Guido Lautaro Belloni