Una vida cargada de rostros

miércoles, 12 de septiembre de
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¿Para qué estoy yo en este mundo? ¿Qué me invita Dios a vivir? Son algunas preguntas que han resonado en más de una ocasión en mi mente.

No creo estar fuera de lo normal si consideramos que todos en algún minuto tratamos de encontrarle sentido a lo que hacemos, poniéndole nombre a cada situación, a cada momento.

Pero algo más profundo aun surge en mi interior cuando pienso que mi existencia tiene un fin: Dios. Y Dios me invita a algo: a ser feliz. Y me surge una nueva pregunta: Esa felicidad ¿tiene solo que ver con mi felicidad personal? ¿o en ese deseo de felicidad cabe alguien más? Y respondo con toda certeza que sí.

Por un lado está Dios quien sostiene con mano amiga y generosa, especialmente en los momentos de vacío y desolación y también compartiendo la infinidad de alegrías que nos concede vivir. ¿Y quién más? ¡También caben mis hermanos de humanidad!. Pues no logro entender mi vida sin las demás personas. Eso no solo responde a tener una personalidad extravertida, sociable y amistosa, sino por un motivo mayor: mi vida tiene sentido, porque a cada paso encuentro personas que acompañan el camino, personas que le dan sabor y calor a la existencia. Y hay otra cosa más. No puedo ser egoísta. La entrega es recíproca.

No entiendo mi vida en soledad, si no hubiera un “otro” no tendría un campo de misión permanente donde desplegar la propia vida. Me gusta escuchar a los demás, animarles en sus tristezas, alegrarlos con mis locuras, decirles que Jesús los ama. Y al mismo tiempo aprender cada día a mirar con los ojos de Jesús, y reconocerle en las personas, en los seres amados, pero sobretodo en aquellos que muchas veces son la cruz que cargamos o la piedra en el zapato que quisieramos sacar. Allí está Jesús, en cada uno de ellos, en esos rostros, pequeños y frágiles, necesitados de acogida y misericordia

Pensar la vida así es confirmar la pregunta inicial: ¿Para qué estoy yo en este mundo? y me sale con fuerza: para ser instrumento porque no dejo de tener la convicción de que al que mucho se le ha perdonado, mucho ama! 

¡Vivir, y amar… a eso me invita Jesús!

 

“Al final del camino me dirán:

-¿Has vivido?, ¿Has amado?

Y yo, sin decir nada,

abriré el corazón lleno de nombres”

(Pedro Casaldáliga)