Creo que yo, al igual que muchas personas me he visto alguna vez envuelto en una batalla.
Pero no en cualquier batalla, sino una particularmente difícil: la espiritual.
Suena muy dramático, y tal vez exagerado, pero para quien buscar vivir una comunión
(común-unión) espiritual con Dios, así es como se vive.
Una lucha constante, un ir y venir de pensamientos, ideas, deseos, sentimientos y demás.
No tengo ni encuentro las palabras más teológicas para explicarlo de modo teórico. Lo único que sé
es que la vivencia es mucho más compleja que tratar de ponerlo en palabras.
Tratando de entender un poco esto desde la Espiritualidad de San Ignacio de Loyola:
La estrategia general de los espíritus cuenta con la siguiente lógica: Al que existencialmente va de bien en mejor subiendo, el buen espíritu lo animará y le dará fuerzas, consolaciones, inspiraciones, serenidad, paz y quietud. Ante los obstáculos, le hará ver que no son tan difíciles y que se pueden superar. A quien va bien en la vida, el buen espíritu le da alegría y gozo espiritual, le quita toda tristeza y turbación enemiga.
En cambio, a esta persona, el mal espíritu lo entristecerá, desanimará y turbará. Al que va bien en la vida, el mal espíritu le presentará los obstáculos como insuperables, los ideales como irrealizables, aun con ruido estridente como gota de agua que choca sobre piedra. En general, al que va bien en la vida, el mal espíritu se le presentará de forma terrible.
Y con esta lucidez que experimentó San Ignacio y que nos heredó a toda la Iglesia, es que miro
mi vida. El Buen Espíritu y el malo están presentes en mí.
Cuando comencé a conocer esta dinámica espiritual imaginaba como cuando pequeño veía los
dibujos animados y a algún personaje al momento de tomar una decisión importante se le
presentaban dos “mini yo” en miniatura; uno a un lado vestido de ángel y el otro con cachos y
una cola de flecha listo para tentar. Y en la realidad no es muy diferente. La realidad en este caso
no supera por tanta distancia a la ficción.
Y esta lucha ha sido siempre, sólo que hoy tengo más conciencia de ella y trato de hacerme
cargo para no verme constantemente inclinado hacia el lado del mal espíritu.
Esta lucha puede darse en muchos sentidos. Como decía más arriba en el texto, el mal espíritu
se manifiesta a través de dificultades y obstáculos para quien se encuentra bien en la vida.
No intento con estas palabras reflejar el mundo interior de todas las personas, pero solo me
parece que expresar mi propia experiencia me puede ayudar a mí, y si puede ayudar a
alguien más, mejor aun! No digo tampoco que “me encuentro en mi mejor momento”,
pero creo que saberme más humano que nunca me ayuda a seguir en la búsqueda para
ir “de bien en mejor subiendo” y mantener con esto el deseo profundo de encontrar
a Dios en todas las cosas. Eso es lo que me motiva a escribir estas líneas, con sencillez y humildad.
Para mí el mal espíritu se manifiesta en cosas muy concretas (tal vez más de alguien se sienta
identificado. Bienvenido! no está solo en esta lucha) como por ejemplo verme absorbido
completamente por la rutina, por los deberes, por el solamente “hacer”, sin la necesaria
contemplación cotidiana. También se me hace latente (y tengo que ser honesto, más vale!) en la
profunda flojera que me da ir a Misa a veces, o simplemente no disfrutar de los regalos que
Dios nos hace cada día, a cada momento! Ahí está, ahí lo dejo entrar… (como escuché por ahí,
“está pendiente esperando meter su cola”), lo importante es no dejar que se instale, y ahí
sigue mi lucha, día a día, en cada momento.
El fin de semana quise darme un momento para Dios y para mí. Solo Dios y yo, nadie más.
Un espacio gratuito y necesario dentro de todo lo que hago habitualmente.
La última vez que me tomé una tarde “de retiro” fue en las vacaciones de invierno, y en esa
ocasión tuve el regalo de ir a un Santuario y compartirlo con una gran amiga del corazón y del
espíritu. De esas amigas que regala la vida en Dios. Aquella vez, providencialmente pudimos
estar en Adoración al Santísimo, el impulso ideal para partir el rato de oración en silencio.
Y así lo hicimos. Cada uno en silencio, por su lado, con su Biblia y pauta de ejercicios espirituales.
Un momento compartido, en fraternidad y al mismo tiempo en contemplación personal. Un bello
recuerdo.
Pero, qué pasó esta vez?. Le escribí a mi amiga para compartir la misma dinámica anterior y no
me resultó el plan (todos saben que suelo ser muy estructurado), pero eso no fue lo peor.
Lo peor fue experimentar la tentación de “no ir”, de no propiciar ese momento de intimidad con
Dios. Me rondó una flojera inexplicable. Claro, la vez anterior tenía el compromiso y la alegría
de compartir ese momento con mi amiga, pero ahora no! ahora no tenía ningún compromiso con
nadie y podría haberme quedado relajado, descansando y aprovechando el día libre.
Pero no fue así! y lo digo con profunda alegría y gratitud. Por suerte no tuve que luchar mucho,
me sentí con una fuerza y energía que brotó desde el interior, como de una fuente desconocida.
No entendía bien cómo fue eso de no tener que esforzarme demasiado para doblarle la mano
al mal espíritu e ir dónde realmente quería ir y estar donde realmente quería estar.
Y así fue. Llegué al mismo Santuario y ahí estuve, cara a cara, sin decir mucho.
Fueron cerca de 4 horas. Después de la oración lo entendí todo: el impulso siempre lo pone Dios!
Javier Navarrete Aspée