El Evangelio de hoy decía algo más o menos así:
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.»
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.»
Y luego de escucharlo en la misa y meditarlo me surge la pregunta: ¿Por qué hoy?
Y aunque quisiera obtener respuesta, no la encuentro. Son de esas veces que sencillamente Dios habla desde lo sutil de su Palabra que se hace vida en nosotros, que se hace vida en mí. No puedo más que pensar que estas palabras pronunciadas por Jesús me fueron enviadas hoy directamente al corazón, como esos regalos inesperados que a veces recibimos y nos producen una inmensa alegría que no sabemos explicar.
Y es que lo que Jesús dijo no puede pasar inadvertido. Él no era poeta ni experto en letras por lo tanto no se esmeró en formar una frase armada y bien hecha. Lo único que hizo fue verbalizar, aquello que vivía con tanta naturalidad: El amor. Ese amor que se eleva hacia el cielo, como incienso para llegar a Dios, y el mismo amor que se hace obra en el prójimo.
Estas palabras dichas por Jesús resumen la ley del antiguo testamento en una sola gran ley: El mandamiento del amor. No se necesita más. Cuando se empieza por ahí, siempre se termina amando. Porque si se ama, ninguno de los 10 mandamientos es pasado a llevar.
Y me vuelvo a preguntar: ¿Por qué hoy? Será que Dios leyó en mi corazón lo vivido durante estos días? Será que nuestro Padre conoce lo más profundo de nosotros y a partir de allí nos va dando las respuestas? Y creo estar convencido que sí. Porque sin duda, terminar un fin de semana de servicio, me habla del amor. No solo del amor que humildemente puedo y soy capaz de entregar, sino también del inmenso amor de Dios por mí. Ese amor que no pasará jamás. Así es el amor de Dios, así lo siento, así lo creo, así lo vivo.
Dios no se deja ganar en generosidad y se vale de personas y momentos para mostrarme su amor. Y este fin de semana así fue. Me dio la gracia de esperar como ese amor que “todo lo espera”, siendo paciente, reconociendo mi fragilidad para saberme sostenido por Él, no dejando espacio al mal espíritu para que tome confianza y haga de las suyas.
Fueron días de sentirme regaloneado por Dios. Cómo no, si él mismo me permite llegar al corazón de otros? Acompañar la vida de otros jóvenes que lo buscan tanto como yo?. Es en estos momentos cuando repito con San Francisco: ¡Señor, haz de mi un instrumento de tu paz! y Dios me escucha, porque así me siento. Como un puente que une corazones con el corazón de Dios repleto de amor para dar. Todo esto renueva en mí un deseo profundo que aun no tiene respuesta. Y me vuelvo a preguntar: ¿Por qué hoy?
Javier Navarrete Aspée