La modernidad líquida y la fe.

miércoles, 7 de noviembre de
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Quizás en estos tiempos acelerados que vivimos es necesario, como gente que sigue a Jesús, poder vislumbrar en el camino aquellas cosas que muchas veces se transforman en “piedritas” en el zapato.

 

Zygmunt Bauman (sociólogo nacido en Polonia) tiene una imagen clara para hablar de los tiempos que corren: estamos sumergidos en una “modernidad líquida”. El sociólogo utiliza el término “líquida” ya que demuestra lo inconsistentes que pueden resultar todas las relaciones del ser humano, y por consecuencia, todo su obrar, en una humanidad en la que todo es relativo y lo que hoy es vanguardia (aplíquese a la tecnología, consumo, relaciones, y cualquier dinamismo que tenga el ser humano) mañana es totalmente inútil y descartable.

 

“Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes”

 

Y tan equivocado entonces, no parece estar. Hoy parece que vale absolutamente todo con tal de tener un par de likes más, el último celular, lo último en la moda, y en el consumo en definitiva. Sin darnos cuenta nos convertimos en un fluido más de este líquido, que está todo el tiempo descartando y descartando para tener más espacio y estar “actualizado”, seguro, cómodo.

 

Ya no tiene sentido detenerme a querer cambiar algo de este “líquido” tampoco, porque en definitiva lo que hoy tengo, consumo, o con quien hoy mismo me relaciono, mañana puede ser totalmente descartable.

 

La Buena Noticia de Jesús pasa por otro lado totalmente diferente. No se puede ser un “cristiano líquido”, no se puede seguir a un Jesús que habla de dar la vida por el otro cuando parece ser que hoy en día la propia vida es totalmente relativa y descartable.

 

La Cultura del Descarte (concepto aplicado por Francisco en la encíclica “Laudato Si”) amolda a esta modernidad líquida como un recipiente que se llena de este líquido y que cuando rebalsa, simplemente lo deja caer a la intemperie, al olvido, a la propia muerte.

 

¿Cuál es, entonces, el rol que debe impulsarnos como cristianos? Primeramente, poder descubrir quienes, o que cosas, son las descartables en mi día a día. Hace la prueba, dale, anímate. Seguro salen muchos nombres, algunos amigos o hasta familiares que hace meses no llamas para ver como andan, o por ahí te acordás de ese juguete que tenés guardado, impoluto, casi sin una mancha en el armario de tu casa y solamente está juntando polvo. También, quizás, te acordás de toda esa ropa que nunca donaste y solamente ocupa espacio en tu placard, que pensando en que algún día la vas a volver a usar, te olvidaste hasta de su existencia para comprar más ropa nueva. Y a ese chófer del colectivo al que me subí hoy ¿Lo saludé y lo hice sentir una persona, o solamente le dije el importe del viaje para ahorrar un poco más de saliva?

 

Obvio que puedo equivocarme. Obvio que puedo reconocerlo también, y eso es lo más majestuoso que tenemos. Si nos reconocemos como vasos rotos que deben ser acariciados, restaurados por el que “nos primerea” desde el principio de todo tiempo, quizás nos animemos a querer llenarnos de esta modernidad líquida, no para tratar de que nada rebalse, sino que para que lo que se “caiga” de mi recipiente (que es mi vida), pueda servirle a otro para llenar el suyo.

 

Nunca nos olvidemos que llevamos en una vasija de barro (nuestra propia esencia humana) un tesoro incalculable (la felicidad que nos causa la Buena Nueva de Jesús). Y ese tesoro, te aseguro, de líquido no tiene NADA.

 

Matías Ferreiro