Una vista privilegiada

lunes, 3 de diciembre de

Con todo el movimiento cotidiano, no había tenido momento de poder expresar algo que sentí hace algunas semanas atrás. Creo que son de esos regalos que Dios nos hace de sentir muy de cerca su presencia, palpando su mano generosa por medio de signos concretos.

 

Este año tuve el regalo de poder acompañar a un grupo de jóvenes del colegio donde trabajo, en su camino de preparación para recibir su Confirmación. Desafío nuevo para mí, ya que aunque me viene bien el trabajo apostólico con jóvenes, siempre había sido desde un grupo más reducido de pastoral juvenil. No había tenido la experiencia de recibir unos cuántos jóvenes (la mayoría sin tener un encuentro muy personal con Jesús y una experiencia fuerte de Iglesia) con el deseo libre y voluntario de querer realizar este sacramento.

 

Siempre al inicio se logra vislumbrar quiénes son los que vienen por “cumplir” con sus papás, o porque quieren ser padrino o madrina de alguien, o porque simplemente viene su amigo o compañero de curso. No los culpo. sencillamente los jóvenes se dejan llevar por lo que sienten en el momento y ya.

 

Pero creo que Dios me ha puesto en una vista privilegiada de esta “carrera” de la fe, y he tenido la posibilidad de visualizar el paso de Jesús por la vida de estos jóvenes. Encuentros sencillos y profundos al mismo tiempo, donde ellos abrían sus vidas a Dios y lo compartían con nosotros.

 

También pude tocar de cerca las heridas de algunos. ¡Cuánto dolor cargan nuestros jóvenes! es muy triste las cosas difíciles que les toca vivir. Pero Ahí es cuando Dios me pone oído atento y corazón abierto para escuchar, y sobretodo acoger. Los jóvenes no necesitan ser juzgados, no necesitan ser culpados mucho más de lo que ellos mismos ya se culpan, incluso por cosas que ni siquiera les pertenecen. Pero Dios siempre está, siempre asiste y pone en mí la palabra justa. Aquella palabra que muchas veces sana las heridas del corazón. 

 

Para mí es un gran regalo haber vivido este proceso junto a ellos. Me alegra profundamente poder acompañarlos en su deseo de querer estar más cerca de Jesús. Sin grandes acciones ni discursos, Dios se hace valer de mi pequeñez para ser puente entre Él y los jóvenes. Y es que resuena en mi: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (Sal 115). Y aquí encuentro la respuesta: Pudiendo retribuir en un cien por ciento todo lo que Dios me ha dado, su amor y gracia que me sostienen. Dando testimonio sencillo y cercano del amor que se hace latente en mi vida. Y así sin más es que el proceso terminó. Terminó el camino de preparación, pero comienza uno nuevo para ellos. Un camino junto a Jesús! de la mano de un amigo que nunca nos suelta, vive junto a nosotros en las alegrías y tristezas, y aunque a veces nos alejemos siempre tenemos la posibilidad de volver, porque Jesús nos enseña con actos lo que significa la misericordia.

 

Recuerdo el día de la Confirmación. Fue el 23 de noviembre. Cierro mis ojos por un momento y recuerdo sus caras de nerviosismo y ansiedad, y también de emoción. ¿Quién más puede producir todo eso, sino Dios? Y así fue. Este Dios que es Padre y es Hijo, también es Espíritu, y ese día sopló con fuerza en nuestra comunidad, impulsando el corazón de los jóvenes siempre a más. Ese día a mi me tocó guiar la misa, lo hice en el nombre de Dios. No sintiéndome yo el centro sino como instrumento. Y nuevamente Dios me dio la vista privilegiada, desde allí, desde arriba pude ver y sentir el viento del Espíritu revoloteando entre nosotros.

 

 

Javier Navarrete Aspée

 

Javier Andrés Navarrete Aspée