El Corazón palpitante de la Iglesia

domingo, 26 de junio de
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Ángelus dominical Corpus Christi

Hoy, en Italia y en otros Países, se celebra el Corpus Domini, la fiesta de la Eucaristía, el Sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor, que El ha instituido en la Última Cena y que constituye el tesoro más precioso de la Iglesia. La Eucaristía es como el corazón palpitante que da vida a todo el cuerpo místico de la Iglesia: un organismo social totalmente basado en la relación espiritual pero concreta con Cristo. Como afirma el apóstol Pablo: “Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1Cor 10,17). Sin la Eucaristía la Iglesia simplemente no existiría. Es la Eucaristía en efecto la que hace de una comunidad humana un misterio de comunión, capaz de llevar a Dios al mundo y el mundo a Dios. El Espíritu Santo, que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, transforma también a cuantos lo reciben con fe en miembros del cuerpo de Cristo, de modo tal que la Iglesia es realmente sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos. 


En una cultura cada vez más individualista, como lo es aquella en la que estamos inmersos en las sociedades occidentales, y que tiende a difundirse en todo el mundo, la Eucaristía constituye un “antídoto”, que obra en las mentes y en los corazones de los creyentes y continuamente siembra en ellos la lógica de la comunión, del servicio, de la generosidad, en realidad, la lógica del Evangelio. Los primeros cristianos, en Jerusalén, eran un signo evidente de este nuevo estilo de vida, porque vivían en fraternidad y ponían en común sus propios bienes, para que ninguno fuera indigente. ¿De qué cosa derivaba todo esto? De la Eucaristía, es decir de Cristo resucitado, realmente presente en medio a sus discípulos y operante con la fuerza del Espíritu Santo. Y también en las generaciones sucesivas, a través de los siglos, la Iglesia, a pesar de los límites y los errores humanos, continúa siendo en el mundo una fuerza de comunión. Pensemos especialmente en los períodos más difíciles, de prueba: ¡lo que ha significado, por ejemplo, para los países sometidos a regímenes totalitarios, la posibilidad de reencontrarse en la Misa Dominical! Como decían los antiguos mártires de Abitene: “Sine Dominico non possumus” – sin el “Dominicum”, es decir sin la Eucaristía dominical no podemos vivir. Pero el vacío producido por la falsa libertad puede ser también peligroso, entonces la comunión con el Cuerpo de Cristo es fármaco de la inteligencia y de la voluntad, para reencontrar el gusto de la verdad y del bien común.


Queridos amigos, invoquemos a la Virgen María, a quien mi Predecesor, el beato Juan Pablo II definió “Mujer eucarística”. Que en su escuela, también nuestra vida sea plenamente “eucarística”, abierta a Dios y a los demás, capaz de trasformar el mal en bien con la fuerza del amor, orientada a favorecer la unidad, la comunión, la fraternidad. 

 

Benedicto XVI

 

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