Evangelio segun San Mateo 8, 1-4

miércoles, 23 de junio de
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En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Extendió la mano y lo tocó diciendo: "¡Quiero, queda limpio!" Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés".

Palabra de Dios





Reflexión: Monseñor Marcelino Palentini | Obispo de la Diócesis de Jujuy

 




Queridos jóvenes hoy el evangelio de Mateo 8, 1-4, es un acontecimiento muy importante y significativo que nos ayuda a nosotros también a pensar en muchos aspectos: el encuentro de un leproso con Jesús, un leproso que se arrodilla adelante de Jesús y le dice: "Si quieres, puedes purificarme". La humildad del leproso, el dolor de este leproso que se acerca a Jesús, este Jesús que baja de la montaña y camina en medio de la gente y en medio de la gente encuentra a todo tipo de personas, no solamente la gente bien sino también esta gente despresiada, marginada, excluída.

Sabemos que los leprosos en tiempos de Jesús no podían acercarse a nadie, tenían que quedar afuera de la ciudad, del pueblo; cuando se acercaba alguien tenían que gritar: "¡inmundo!" por lo tanto escaparse, ni con la familia. Una situación que fácilmente podríamos imaginarnos de dolor profundo de no poder abrazar ni sentirse abrazado por nadie porque era considerado impuro y por lo tanto que contaminaba a todas las personas que lo tocaban o que se le acercaban si quiera. El dolor es suyo y el dolor de la familia y de los amigos, la ley era fría, siempre la ley es fría cuando no tiene un tejo de humanidad por dentro. La ley puede ser insensible, margina al que sufre e impide que alivien su dolor hasta, los marginados de hasta entonces y de ahora siempre están afuera, al margen y este hombre tiene el coraje de meterse en medio de la gente, romper una ley (la que lo obligaba a estar lejos) y acercarse al que tenía poder sobre la ley, sobre el mal e incluir, meter dentro de la sociedad y restituir la dignidad a este pobre hombre. Jesús porque ama supera la ley, por eso al verlo se para, dialoga, lo toca y lo sana. ¡Qué hermoso! Jesús que se para para encontrarse con el que sufre, dialoga con el que no tenía diálogo con nadie porque había sido excluído, lo toca (aunque prohibieran tocarlo) y al final lo sana.

Las sanaciones de Jesús no son prueba extrínseca de una doctrina o una misión sino que son ya la realización parcial y concreta del reino de Dios, al sanar Jesús hace presente del reinado que lleva consigo la liberación de toda la persona y de todas las personas; no es un gesto mágico, es un gesto de amor. El sanar no es solamente sanar un cuerpo sino sanar a alguien que estaba excluído, marginado que por dentro estaba mal y por fuera también había sido rechazado.

¡Qué hermoso, para nosotros también, dejarnos hablar y tocar por Jesús! eso es lo que nos sana interiormente, eso es lo que cambia, transforma y renueva nuestra vida: dejarnos hablar y tocar por Jesús. ¿Tendríamos el coraje nosotros de acercarnos en medio de una multitud que nos considera pecadores, impuros, acercarnos para cambiar nuestra vida?, ¿cuántos jóvenes a lo mejor tienen miedo o verguenza de acercarse a ese Jesús que realmente podría cambiarle la vida?. Pero hay una condición, no lo hace porque sí Jesús, siempre pide una actitud de fe, la condición para ser curados interiormente es tener fe en Él.

Nos preguntamos: ¿Nosotros sabemos detenernos detenernos delante del que sufre? ¿sabemos imitarlo a Jesús que se detiene, que dialoga, que lo toca, que le transforma la vida? ¿sabemos detenernos delante del que está marginado, excluído en nuestra sociedad? ¿cuántos hay? ¿sabemos tener esas actitudes humanas de Jesús para llegar después a un encuentro de fe también?. Una pregunta que hacía el Cardenal Bergoglio en una reflexión a la gente de Cáritas -el año pasado- pero que vale para siempre, muy linda por eso la repito: él se preguntaba, "¿Cuándo damos una limosna, miramos los ojos del hermano que nos pide algo, lo tocamos, lo sanamos de su soledad para que se sienta amado y no solamente ayudado con unas moneditas que le tiramos desde arriba sin tocarlo?.
Jesús se detuvo, miró, dialogó, tocó porque amó. Esto lo podemos hacer muchísimas veces en nuestra vida, no nos conformemos con dar algo, lo más importante es darnos al otro, darle el corazón, darle amor, ayudarle a tener sentido en su vida.


Señor, sáname de mi soledad, de mi indiferencia, de mis males interiores para que en la vida sepa de pronunciarte con la palabra, con los gestos y con mi presencia en medio de los que sufren.


¡Qué el Señor nos ayude a vivir siempre así, con esta actitud de sensibilidad para que nadie a nuestro alrededor quede excluído, sino todos integrados! ¡El Señor nos ayude a ser como Jesús, los que saben detenerse para ayudar a cambiar el rumbo de la vida de los que están mal, que están excluídos, marginados y que sufren!
¡Hasta la próxima si Dios quiere!

 

 

 

Oleada Joven