Ansiedad Crónica

miércoles, 13 de julio de
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Queremos todo YA, AHORA. La paciencia no está dentro de nuestro diccionario. Somos rápidos, veloces, fugaces… A veces hasta imperceptibles. Vamos de acá para allá sin saber qué nos llevó a donde estamos ahora. Volamos (y no en el sentido literal de la palabra, éste si estaría bueno). Avanzamos a pasos agigantados, no medimos consecuencias ni analizamos causas. Simplemente vamos, vamos, vamos… Pero, ¿sabemos a dónde? Nos volvemos apáticos de los que tenemos al lado. No prestamos atención a lo que pasa alrededor, parecemos caballos con ojeras que, simplemente, siguen un rumbo, sin saber siquiera si ese es el mejor rumbo, o el que conscientemente nosotros elegimos. Vivimos en un “fast forward” constante con las ganas de llegar y la desesperación de contemplar la posibilidad de no hacerlo. Neuróticos nos volvemos fríos, distantes, ajenos. No nos interesa ni cómo ni por qué, simplemente queremos saber CUÁNDO, tenemos una sed feroz de alcanzar el punto de llegada, sin importar lo que podemos sumar en el trayecto.
La gran ola de información que nos bombardea día a día contribuye a crearnos esta ansiedad desesperada. Twitter, Facebook, blackberry, el minuto a minuto, el vivo, todo hace que estemos inmersos en un permanente sistema de información que nos interpela por todos lados, atravesando todos nuestros sentidos, sin haber escapatoria alguna, ilusionándonos con estar viviendo una comunicación integrada y dinámica. Pero pregunto ¿es esto realmente comunicación? Ojo, no es mala en sí la generación 2.0, nos trajo muchos cambios positivos y sería muy hipócrita de mi parte adjudicarle un carácter negativo con respecto a lo que genera en nosotros. Mi intención es denotar la importancia de reflexionar sobre todo esto, de PARAR, y repensar qué y cómo queremos recibir esa información y ser parte de esta generación SXXI en la cual la ANSIEDAD CRÓNICA se volvió una de las características más destacables. En otras palabras, en un mundo sin filtro, poder ser CRÍTICOS y saber elegir bien, con capacidad para separar las cosas e interpretarlas con nuestras propias convicciones, pensamientos e ideas.
Hay que aprender a poner PAUSA. Detenernos. Aprender a ESPERAR. Disfrutar esa espera sintiendo el sabor de lo que vendrá, lentamente, interiorizando cada minuto de esa espera. No es fácil frenar dentro de un mundo que va a mil. Pero el desafío es intrigante, tiene esa suerte de adrenalina que tenemos que animarnos a vivir. Mirarnos más, conocernos más, comunicarnos más (pero de verdad), sonreír más. Valorar esos instantes mínimos de felicidad, esos momentos que luego se borrarán con el tiempo pero que en ese instante nos provocan una sonrisa, un gozo interior difícil de poner en palabras. Animarse a ver lo inmenso en la pequeñez, apreciar esas pequeñas cosas, casi imperceptibles, que nos pueden dar mucho más de lo que creemos. Un rayo de sol acariciando nuestra cara, la sonrisa de un chico, el compartir algo con alguien, aunque sea un mate. La risa de los grandes. Una flor que llame la atención de nuestros ojos. La melodía de la vida que condimenta la rutina. Un buen tema para amanecer. TODO eso que implícitamente, debemos entender que contribuye a alimentarnos el alma, a veces más que los grandes acontecimientos.
“¿Viste que rápido que pasa el año?” “ya es mitad de año” “cuando querés pensar ya estamos en verano”. Si somos conscientes de que por más que queramos, no podemos frenar la vida, FRENEMOS NOSOTROS. Si logramos encontrar la quietud en la vorágine y verdaderamente disfrutar del CAMINO mas que de la LLEGADA, vamos a poder hacer nuestro ese tiempo que sentimos que se nos escurre entre las manos…

 

Pilar Arriola