"Señor, dije, allí sobre una rama hay un cuervo.
Reconozco que tu majestad no puede rebajarse a atender a quien te habla,
pero tengo necesidad de un signo.
Cuando acabe mi oración, haz que ese cuervo vuele.
Aquello será para mí como un signo,
una prueba de que no estoy completamente solo en el mundo….".
Fijé la mirada en el cuervo, pero éste no se movió de su rama.
"Señor, dije, tienes toda la razón.
Tu majestad no puede dignarse atender peticiones como ésta.
Si el cuervo hubiese echado a volar,
yo seguiría más triste aún porque un signo así sólo podría recibirlo de alguien como yo,
es decir de mí mismo. Habría sido un mero reflejo de mi propio deseo.
Me habría vuelto a encontrar con mi propia soledad”.
Y después de haberme prosternado, me alejé.
A partir de ahí, mi desesperación cedió paso a una serenidad tan singular como inesperada”.
(Antoine de Saint-Exupéry).
“Señor, solo Tú sabes
cómo mi vida puede andar bien.
Enséñame
en el silencio de tu presencia
cómo en el encuentro contigo,
en tu mirada
y en tu palabra
personas se han reconocido
con tu imagen y semejanza.
Ayúdame a dejar
lo que me impide
encontrarte y lo que me impide
dejarme tocar
por tu palabra.
Amén.