Cámara oculta en el centro de una ciudad: un hombre finge ser un experto coleccionista de mariposas. Y le dice a una mujer que viene caminando, que en un árbol cercano hay una mariposa muy exótica y valiosa. Y que le hace falta una red para cazarla. Le ofrece a la mujer una suma de dinero por las medias que lleva puestas, para utilizarlas como red. La mujer en principio se niega, y el hombre va subiendo la oferta. En determinado punto, la mujer acepta y se saca las medias delante de todos los que van pasando por la vereda, venciendo el pudor y la vergüenza. El objetivo de la cámara oculta es demostrar que “Todo el mundo tiene su precio”, así se llama el programa.
Llega un momento en que algo vale más: ahí uno decide. Decide vender para comprar, decide dejar para encontrar, decide pagar para obtener. Como en el Evangelio del tesoro y la perla, que al ser descubiertos motivan en ciertas personas la decisión de arriesgarse e invertir… (Mt. 13,44-52)
Esos son los valores. Palabra que proviene del ámbito de la Economía.
Un valor es aquello por lo cual sos capaz de pagar algún costo.
Ej: Fernando decidió irse a vivir al sur con toda su familia. Valoró la paz y la vida tranquila, las oportunidades laborales que se le presentaban. Pagó el precio de trasladar a sus hijos, de vender la casa que tenía, de construir una casa nueva en el sur, de comenzar nuevamente “de cero”. Y son muy felices.
Ej: Eugenio decidió levantarse media hora más temprano a la mañana, para llegar más temprano a su trabajo, ahorrándose así los problemas de tráfico en una gran ciudad. Pierde tiempo de sueño, pero gana en tranquilidad.
Continuamente, en cada decisión, estamos optando de acuerdo a nuestros valores. Decidimos de acuerdo a ellos, conciente o inconcientemente.
Dentro nuestro hay como una balanza de dos platos, y estamos continuamente pesando en ella diferentes factores. De ahí viene la palabra “pensar”: en nuestro corazón sopesamos de acuerdo a nuestros valores, y decidimos por lo que pesa más.
No es exacta esta balanza. A veces nos equivocamos. Ej: José eligió irse a vivir a un barrio privado para tener más seguridad para él y su familia. Eso le implicó endeudarse, y su mujer terminó enfermándose de estrés por exceso de trabajo… Optar implica riesgos que a veces no podemos calibrar.
Nadie ve nuestra balanza… se ve en la práctica, se nota en nuestra forma de vivir. Un sacerdote, formador de nuestro seminario, se dedicaba a mirar los partidos de fútbol que jugábamos por la tarde. Decía: “En la cancha se ve la piedad”… Veía jugar a los seminaristas y descubría verdades acerca de cada uno, atendiendo a la manera en que nos vinculábamos mediante el juego.
Si querés descubrir cómo funciona tu propia balanza de valores, fijáte en tus opciones. Y cómo las vas concretando “en la cancha”. “Que cada uno se fije cómo construye”, escribe San Pablo (I Cor 3,10b)
Los valores se contagian, se transmiten cuando nos entusiasmamos con algo. Ej: Así descubrí la música. Gracias a personas, como mi profe de música del secundario, que me contagiaron las ganas de aprender… Los valores no se inculcan, como si fueran un “chip” que se pudiera “instalar” en la mente de los chicos. Percibimos y elegimos un valor cuando vemos a alguien entusiasmado por ese valor.
Hace varios años se escucha un reclamo de valores: algunos hablan de una crisis de valores. Tanto en el ámbito educativo como en otros ambientes adultos, se habla con cierta nostalgia de un tiempo pasado, en que todo era de otra manera.
Lo escuché el otro día de boca de unos hombres, que afirmaban que “en su época” había más respeto: cuando pasaba un médico, un maestro, un policía, un padre cura, se los saludaba con reverencia. Que los padres de familia también imponían su autoridad con ciertos castigos, como por ejemplo pegarle a los hijos o mandarlos a dormir sin comer. Que esos valores se habían perdido.
Me pregunto si se perdieron esos valores. Me pregunto si alguna vez existieron, ya que dichas actitudes fueron generadas desde el miedo. Y como todos sabemos, aquello que aprendemos por miedo, dura en nuestro comportamiento lo que dura el miedo. Se disuelve cuando perdemos el miedo. Y recién en ese momento afloran nuestros verdaderos valores. El miedo es como un molde que, al ser retirado, deja en pie lo auténtico: lo que elegimos libremente y por su propio valor.
La Iglesia también generó comportamientos desde la predicación del miedo a un Dios presuntamente controlador y castigador de quienes “no se portaban bien”. Este tipo de dispositivos crearon y sostuvieron una cultura del miedo, verticalista y careta. Parecía que había valores… Pero esa religión del miedo quería sostener una sociedad tradicional que era como el cartón pintado. Por eso se fue cayendo, y todavía sigue derrumbándose.
Algunos dicen: ahora estamos en el otro extremo. ¿En el otro extremo, o en medio de un cambio de época? Pienso que la crisis de valores es, en el fondo, una gran confusión de valores, una mezcla plagada de incoherencias. Ej: La misma gente que cría permisivamente a sus hijos y desautoriza a sus docentes, quizás vota por la “mano dura” para solucionar la inseguridad… Más allá de lo contradictorio de nuestra naturaleza humana, se nota un total cortocircuito de valores. Por eso, hay personas que en su decir y actuar nos intrigan: ¿Cuáles son, en el fondo, sus valores?
Será que todavía pervive el antiguo miedo, esta vez bajo una forma nueva: miedo a definirse, miedo a jugarse, miedo a embanderarse. Inclusive aquellos que evitan pronunciarse acerca de determinados temas, en realidad guardan silencio por algún valor o antivalor oculto… prestemos atención.
Sin embargo, en medio de estas confusiones va aflorando un mundo nuevo, que va eligiendo lo valioso.
Algunas preguntas para seguir pensando:
¿Cuáles son nuestros valores? Fijémonos en nuestro obrar, en nuestras decisiones, en nuestras opciones.
– Si estamos descubriendo algo valioso, ¿qué somos capaces de invertir y arriesgar para hacerlo realidad en nuestra vida? ¿Cuánto de nuestros bienes materiales? ¿Cuánto de nuestra comodidad?
– Si hay algún aspecto de mi personalidad que todavía no es bueno, o todavía no es pleno… ¿Por qué todavía no? Qué hay en otro plato de la balanza? ¿Habrá miedo? ¿O quizás otras cosas también valiosas, pero que me impiden avanzar?
Padre Pablo Osow