Evangelio según San Mateo 14,13-21

viernes, 29 de julio de
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Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.  Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos".  Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos".  Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo.
Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.  Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.  Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Palabra de Dios

 


 

 

En el Evangelio de éste día del Señor, nos posamos en la mirada tierna de Jesús, aquella mirada que "vió, se compadeció y sanó". Mirada que nos custodia, que nos envuelve y sana en el peregrinar de nuestras vidas.

Y encontramos que se hacía tarde, estaban en una zona desértica y la gente tenía hambre. Pero los discípulos tenían sólo cinco panes y dos pescados y así se lo hicieron saber a Jesús. Jesús lo sabía, pero Él siendo el Amor, sabe que el Amor no tiene límites, que no tiene imposibles, porque el mismo Amor es milagro.

Aquí nace la gran misión para los apóstoles, misión que hoy resuena con la misma firmeza que aquella vez: "Denles ustedes de comer". La humanidad sigue teniendo hambre como aquella multitud, sigue teniendo hambre y sed de Dios. Así la mirada de Jesús se posa en nosotros invitándonos a ésta desafiante misión de darles de comer a los que tienen hambre de escucha, de paz, de perdón, de pan, de dignidad, de esperanza, de Amor… Dios es el alimento que el hombre busca.

No nos detengamos ni preocupemos por lo poco que aparentemente tenemos. Porque aquí el alimento que podemos dar son nuestros talentos, brazos, oídos, tiempo, y todo ello se nos fue dado por Dios y como todo lo que viene de Dios siempre es grande.

Así juntos elevamos nuestras manos con nuestras vidas, con nuestros cinco panes y dos pescados, para que Jesucristo haga Su Obra y sacie el hambre que nuestro alrededor tiene. Cómo decía San Ignacio de Loyola, a quién hoy recordamos "para en todo amar y servir a Jesucristo"

María Santísima nos ayude a levantar nuestras manos para darLo y también para recibirLo porque nunca dejamos de tener ansias de Dios sabiendo que en ésas doce tinajas que sobraron, ahí está nuestro alimento de Cielo que es la Eucaristía que nos transfigura en Cristo.

Que tengas un bendecido día del Señor!

 

Oleada Joven