Evangelio segun San Mateo 10, 7-15

miércoles, 7 de julio de

En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca; curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni otra túnica, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.

Palabra de Dios


 

Reflexión: Monseñor Jorge Lugones | Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora




El Evangelio que acabamos de escuchar nos presenta la segunda parte del envío de los discípulos; y la composición del lugar es ver al Señor invitándonos a salir, a no quedarnos encerrados en nuestro grupo o en nuestro templo.

 

Jesús, después de haber convocado a los doce, insiste en que deberán dirigirse, primero, a las ovejas perdidas de Israel; y hoy el Señor detalla las instrucciones concretas de cómo realizar la misión. Cuando hablamos de las ovejas perdidas de Israel pensamos que es una primera misión particular que el Señor está viendo, y después se va a convertir en una misión universal, hoy podríamos decir, misión continental, como nos proponen los obispos.

 

El objetivo de la misión es revelar la presencia del Reino, aquí está la novedad traída por Jesús, aquello que todos esperábamos está presente en medio de la gente. Cuando nosotros estudiábamos Teología, decíamos qué era el Reino, y el Reino es la presencia de Jesús, el Reino incoado, es decir, comenzado, es Jesús presente en medio de nosotros y en medio de la gente.

 

Y, ¿cómo anunciar la presencia del Reino?, ¿sólo por medio de palabras y discursos?, no; uno de los signos de la presencia del Reino será la acogida, especialmente, como Jesús manda, a los más pequeños, hoy podríamos decir, a los excluidos. Las señales de la presencia del Reino son, ante todo, gestos concretos y realizados gratuitamente, porque nosotros hemos recibido gratis.

 

Dice el Evangelio, “Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”. Esto significa que los discípulos tienen que recibir, dentro de la comunidad, a todos aquellos que de la comunidad fueron descartados. Y algún joven, que esté escuchando esto, puede decir "qué difícil es esto, salir a los jóvenes que no están con nosotros"; es difícil, pero no imposible.

 

Los discípulos y las discípulas de Jesús, dice el Evangelio que, no pueden llevar nada, tienen que confiar en Él, en este compartir que nace de la hospitalidad de todos aquellos que reciben el anuncio del Reino. Y además, es un salir de sí mismo, porque se nos pide la cercanía, el encuentro, el diálogo, la confianza con el otro joven, y estos son las notas de lo que llamamos la projimidad, es decir, hacerme prójimo. Los discípulos, dice el Evangelio, no deben andar de casa en casa, sino que deben ir donde hay personas de paz y permanecer en esta casa. Qué significa esto sino la apertura del corazón, porque donde se abre el corazón al Espíritu Santo, entonces el Espíritu Santo puede hacer maravillas, como lo hizo en María, María abierta al gozo y al consuelo del Espíritu Santo, María que se hace discípula.

 

Y podemos ver, entonces, que anunciar el Reino no consiste, en primer lugar, en transmitir verdades y doctrinas, sino en tratar de vivir de forma nueva y fraterna; es decir, abiertos al Espíritu y, entonces, compartir la Buena Noticia que Jesús nos trajo, Dios es Padre, nosotros somos hermanos y hermanas. Entonces implica ir al encuentro de quienes están al costado de la vida, para hacerles experimentar el amor de Jesús, un amor que no se olvida de nadie.

 

En esta línea, en nuestra prioridad diocesana, hemos puesto el salir al encuentro de los adolescentes y jóvenes que no están en nuestras parroquias y capillas, para escucharlos, contenerlos, acompañar, y, desde aquí también, anunciarles que Jesús es el Señor de la vida.

 

Y entonces, esto es difícil para nosotros, pero deseamos anunciarles que Dios los ama, que quiere curar sus heridas y enfermedades. Si vos sos un joven que sigue a Jesús, pero todavía no te comprometiste a ayudarlo, animate a seguirlo y a gastar tu vida por Él. Podés dar de tu tiempo, de tus talentos o capacidades, para que otros jóvenes puedan salir también al encuentro de Jesús, salir de la oscuridad para descubrir esta luz del Señor Resucitado. Jesús es lo mejor que nos pasó en la vida, no podemos dejar de compartir gratuitamente este inmenso tesoro con los demás, y especialmente con otros jóvenes.

 

Termina este pedacito del Evangelio con dureza, “si no los escuchan, sacudan hasta el polvo de sus pies”, “Sodoma y Gomorra serán tratadas menos duramente que esas ciudades”. Y nosotros nos quedamos con esto, nos gusta como en el Evangelio cuando hablan de Santiago y Juan que quieren hacer bajar fuego sobre los samaritanos, y no nos damos cuenta que esto nos toca a nosotros que somos misioneros, porque en el mismo pasaje, el que leímos el domingo pasado en San Lucas, dice que “hasta el polvo de los pies sacudamos de esta ciudad, pero sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”. Es decir, aún aquellos que quieren cerrar el corazón, nosotros desde nuestros gestos y nuestras palabras queremos anunciarles que el Reino está cerca.

 

Y podemos rezar juntos: Señor, concédenos vivir y actuar según tu Evangelio, para ser portadores de paz, testigos de amor, constructores de justicia, sembradores de esperanza, humildes colaboradores de tu obra. Te lo pedimos por medio de tu Madre, que está siempre acompañándonos en la misión, y en nombre de su Hijo, Jesucristo, el Señor. Amén  

 

Oleada Joven