Nos encontramos hoy con un Evangelio que claramente podemos colocarlo en paralelo con el que meditábamos el Domingo pasado.
Hoy Jesús felicita la fe de esta cananea, en el anterior Domingo reprocha la poca fe de Pedro.
Mateo llama a esta mujer cananea, de hecho en el antiguo testamento el pueblo cananeo es recordado frecuentemente como un pueblo confuso e idolátrico, un pueblo del que no se puede esperar nada.
En la escena nos presenta a un Jesús que permanece como indiferente ante el sufrimiento de esta mujer, un Jesús que viene solamente para algunos: “la ovejas perdidas del pueblo de Israel”. La paradoja es que el pueblo de Israel al que viene se muestra con poca fe, recordemos a Pedro en el evangelio del Domingo pasado. Los pueblo paganos, de los cuales Israel no puede esperar nada porque son idólatras, son a los que Jesús elogia más su fe: “mujer, ¡qué grande es tu fe!” o al centurión romano: ¡no he encontrado tanta fe en todo Israel!
Claramente podemos conectar estas apreciaciones con la primera lectura: la revelación de la justicia y la salvación a los pueblos extranjeros. La fe, la salvación no son propiedades exclusivas de un grupo sino que están abiertas para todos y por tanto deben ser ofrecidas a todos.
Nos puede resultar chocante también de este Evangelio el modo en que se dirige a la Cananea, podemos notar hasta una especie de desprecio de Jesús hacia esta mujer y este pueblo por la expresión “no es bueno tomar el pan de los hijos para echarlo a los cachorros”. Para el pueblo de Israel, los otros pueblos eran considerados perros, el hecho de llamarlo cachorros, es más benigno, pero de todos modos la expresión sigue suscitando interrogantes para poder interpretarla bien. El hecho es que la mujer no lo tomo como una ofensa sino una posibilidad. Su insistencia, su tenacidad, su fe es la que cumple con el cometido. Pero notemos algo, es una fe que hace propio el sufrimiento del otro. ¡Señor ten piedad de mi, Socorreme! Mi hija esta atormentada. Hace propio el tormento de su hija, se compadece.
Es una fe perseverante, no se cae ante la primera dificultad, no se echa para atrás, es una fe audaz, inteligente, astuta que aprovecha la mínima apertura para poner a Jesús en contacto con la situación de dolor, carencia, necesidad.
Es una fe que no se las cree, no soberbia. El pueblo de Israel que se auto elogiaba por su fe, es el más incrédulo, el que más duda. Esta mujer pagana que no hacia alarde de su fe, que no tiene miedo de tomar el lugar de los cachorros es la que es ensalzada por Jesús. Esto tiene mucho que enseñarnos a nosotros que muchas veces nos creemos los grandes creyentes y de alguna manera en nuestros pensamientos, gestos o actitudes desprestigiamos la fe los otros de los cuales no se puede esperar nada. Claro nosotros no podemos esperar nada según nuestros criterios. Dios lo espera todos porque conoce el corazón del hombre y sus dones y llamada son irrevocables (segunda lectura).
Hoy el Señor te invita a confiar, a renovar tu fe. Si te las crees con tu fe, tené cuidado te puede pasar lo de Pedro, si sentís que tenés poca fe, confía que Jesús te puede elogiar como la cananea.