Homilía XXI Domingo Durante el año. Comunidad de fe

sábado, 20 de agosto de


Con el Evangelio de hoy comenzamos a transitar uno de los temas centrales del Evangelio de Mateo que es la formación de la comunidad eclesial. De hecho a este evangelio se lo llama eclesial, porque tiene como una finalidad formar a la Iglesia: a comunidad de discípulos que quieren seguir a Jesús.

Y en este seguimiento Jesús pregunta sobre nuestra fe ¿Quién decís que soy? Es importante notar que no se trata de una pregunta intelectual sobre la naturaleza divina de Jesús, sobre su condición, es una pregunta existencial: quién es para tu vida.  Tenemos que ser sinceros, contestar con el corazón para no ser livianos y superficiales. Jesús pregunta y quiere respuestas sinceras y consecuentes. No busca que lo alaguemos, que le respondamos, utilizando una expresión vulgar, de la lengua para afuera.

Pedro le responde con el corazón, le responde desde las entrañas. Responde lo que siente por Cristo, esa respuesta está fundada en su seguimiento, el lo ha dejado todo y lo ha seguido. La respuesta de Pedro era sincera. Realmente Jesús le cambio la vida, y aunque no fue un cambio de una vez para siempre sino progresivo como nuestro proceso de fe. Lo esencial es que Pedro le ha entregado el corazón a Jesús.   

Jesús lo felicita porque dejo que la acción del Espíritu penetrara, abrió su corazón a la fe, a la revelación de Dios: “esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre” Esto es fundamental en la formación de nuestra comunidades. No venimos a una reunión social, a cumplir con  una tradición, a buscar afirmación personal o un modo de catarsis. Formamos parte de la Iglesia porque creemos en Jesús, porque Jesús nos cambio la vida, cambio nuestros criterios de vida y queremos seguirlo, servirlo y encarnar su Evangelio, su estilo y actitudes. Es la fe como adhesión a Jesús la que da sentido a la Iglesia.

Pero no es una fe individualista, no es una fe cerrada en sí misma. Es una fe, que para ser auténtica, necesita de los otros. Es una fe que se comparte, que no se guarda. Jesús le pregunto al grupo y Pedro contesta en su nombre. El sentido de la Iglesia, como comunidad de fe, nos abre a tomar conciencia de que mi adhesión a Jesucristo se concreta en una comunidad. Evitamos así el peligro de fabricarnos una fe a la medida, una fe subjetivista, una fe acomodada a gustos y preferencias. La comunidad es el lugar donde recibimos, crecemos y compartimos la fe. La comunidad es el lugar donde servimos a la fe. La comunidad por tanto es el lugar donde no busco un puesto, un lugar, ni que me apodero de lo que no es mío. Jesús lo dejo bien en claro: la fe, como la comunidad, no son propiedad de un cargo, servicio o un grupo sino de Jesús: “mi Iglesia”. Y la Iglesia no es de Pedro, ni del obispo, ni del sacerdote, ni del coordinador sino de Jesús, todos los demás somos administradores. De ahí el sentido de las llaves, como en la primer lectura, son los mayordomos, no los dueños. Y esto no solo porque a veces hay tendencias a adueñarse de lo que se administra sino también porque a veces es más fácil derivar o sobrecargar a otros de lo que todos nos tenemos que hacer cargo. La fe la compartimos y vivimos en comunidad y nos hacemos cargo en comunidad. Cada uno de acuerdo a su vocación y ministerio, cada uno poniendo al servicio los talentos.

Otro peligro es ser parásitos de la fe. Lo exigimos todo pero no entregamos nada, lo pedimos todo pero no ofrecemos. La Iglesia no sigue la lógica del mercado, ni del supermercado, no es el lugar donde voy a buscar un producto y pago. Hay que sentirse parte de la Iglesia porque lo somos realmente. Todos somos Iglesia y la Iglesia debe estar abierta a todos. Nadie es más miembro de la Iglesia que otro. Todos somos invitados a poner nuestros dones y talentos al servicio de su único dueño, Jesús. Y ponernos al servicio de Jesús es ponernos al servicio del hermano. 

 

Gabriel Ghione