Las semillas de la Primavera

jueves, 15 de septiembre de

 

El primer día en la Universidad, el profesor se presentó y nos pidió buscáramos en la clase a alguien que no conociéramos y nos presentáramos.

Yo estaba buscando entre mis compañeros, cuando sentí una mano gentil que tocó mi hombro.

Me di vuelta, y pude ver a una viejecita cerrándome el ojo y brindándome una hermosísima sonrisa que la iluminaba completamente.

Ella me dijo: Hola guapo. Mi nombre es Rosa. Tengo ochenta y siete años.. ¿Puedo darte un abrazo?.

Mi carcajada fue inmediata… y le contesté: ¡Por supuesto que puede! y me dio un gran apretón.

¿Por qué estás en la universidad a una edad tan joven e inocente? Pregunté.

Ella sonriente respondió: Estoy aquí para encontrar a un joven millonario, casarme, tener una pareja de niños, y luego retirarme a viajar por el mundo.

No, en serio, le dije, porque estaba curioso de que había motivado a una mujer de su edad a aceptar un reto tan grande como éste.

Yo siempre soñé con tener educación universitaria, y ahora estoy cumpliendo mi sueño.

Después de clases fuimos al Centro Estudiantil y compartimos un batido de chocolate. En ese mismo momento nos hicimos amigos.

Todos los días en los siguientes tres meses, salíamos juntos de clases y no parábamos de charlar. Yo estaba siempre atónito escuchando a esta “Máquina del tiempo” que compartía toda su sabiduría y su conocimiento conmigo.

A lo largo del año, Rosa se convirtió en el icono del campus, haciendo amigos fácilmente en cualquier lugar a donde fuera.

Ella amaba vestirse bien y disfrutaba la atención incondicional de los estudiantes que la rodeaban. Estaba dándose su gusto, viviendo la vida.

Al final del semestre la invitamos a dar un discurso en el banquete del equipo de fútbol, y nunca olvidaré lo que nos enseñó.

Fue presentada, y subió al podio. Mientras acomodaba las tarjetas del discurso que nos daría, algunas se le cayeron al piso.

Desconcertada y un poco avergonzada pero sonriente, tomo el micrófono y simplemente dijo: Lo siento, estoy un poco nerviosa. Nunca recuperaré mi discurso en orden nuevamente, así que déjenme decirles solamente lo que sé.

Mientras nos reíamos ella aclaró su garganta y empezó: Nosotros no dejamos de jugar porque nos hacemos viejos; crecemos viejos porque dejamos de jugar. Solo existen cuatro secretos para permanecer jóvenes, ser felices y acumular éxitos.

Tienen que reír.



 

Tienen que buscar alegría y humor en todo lo que hacen, todos los días de su vida.

Tienen que tener un sueño. Cuando pierdes los sueños, mueres. Hay mucha gente caminando a nuestro alrededor que está muerta y ni siquiera se ha dado cuenta.

Existe una diferencia enorme entre envejecer y crecer. Si tienes diecinueve años y te quedas en cama por un año entero, sin hacer nada productivo, al final habrás envejecido un año y tendrás veinte años, pero ¿creciste?. Si yo, a mis ochenta y siete años, me quedo en cama por un año sin hacer nada, al final tendré ochenta y ocho años, habré envejecido un año más pero no habré crecido ni un ápice.

Nadie deja de envejecer. No necesitas ningún talento o habilidad especial para envejecer. La idea es crecer pero siempre buscando la oportunidad en el cambio.

No tengan remordimientos, los ancianos usualmente no tenemos remordimientos por lo que no hicimos. Los únicos que tienen miedo de morirse, son aquellos con remordimientos.

Cuando el año concluyó, Rosa obtuvo el grado universitario que había empezado hacía tantos años. Una semana después de la graduación, murió pacíficamente mientras dormía.

Más de dos mil estudiantes de la universidad fueron a su funeral a rendir tributo a esa maravillosa mujer que nos enseñó con el ejemplo que nunca es muy tarde para ser todo lo que puedes ser.

Cuando la noche ha sido demasiado solitaria, y el camino demasiado largo, y piensas que el amor es solo para los afortunados y los fuertes, solo recuerda que en invierno, debajo de la profunda nieve descansan las semillas que en primavera, con el amor del sol, se convertirán en rosas.

 

Oleada Joven