Hermanos en estos Domingos vamos a meditar sobre la lógica de Dios y sus caminos.
Es muy sugerente que la primer lectura nos hable de buscar a Dios, de llamarlo. El hombre es un gran buscador, la vida del hombre está marcada por la búsqueda. Es importante entender que nuestra vida es búsqueda. Buscamos a Dios porque no lo poseemos, porque no tenemos dominio sobre él. Dios no se deja encasillar, no permite que lo encerremos en un molde. Quien cree que no necesita buscar a Dios porque ya lo encontró definitivamente, tiene que saber que se fabricó un ídolo, un dios falso. Porque Dios no es un ser inmóvil, estático sino sumamente dinámico que no se deja aprender. Y esto no significa que esté lejos de nosotros, sino que no se deja manipular ni dominar. A Dios no hay que poseerlo sino seguirlo. El desea una relación de libre amistad. Volvamos al Dios verdadero, busquémoslo con todo nuestro corazón. Sus caminos son distintos a los nuestros.
Para que entendamos que significa que los caminos y los pensamientos de Dios son distintos a los nuestros se nos pone el ejemplo del amo generoso. Esta parábola ataca el centro de la lógica humana utilitarista. Hay que sincerarnos. Nos cuesta entenderla, nos cuesta entrar en su lógica, nos cuesta abrirle el corazón a su mensaje. El Señor con este ejemplo nos abre a la gratuidad. Nosotros pensamos que es injusto. ¡Cómo le va a pagar lo mismo!, pero en realidad lo que nos duele es que según nuestra medidas nosotros nos merecíamos más, porque es indudable que nos pongamos de parte de los de la primer hora. Y ahí se manifiestan los caminos distintos de Dios, su otra lógica. Dios no quiere que midamos la relación con Él en términos de méritos, en términos de castigo-recompensa. Ante Dios no tenemos derechos, somos creaturas y todo lo hemos recibido como regalo. Y Dios regala como quiere, cuanto quiere y lo que quiere. Nosotros nos ponemos mal porque la envidia, el orgullo no hace pensar que somos mejor que los demás, que obramos mejor, que merecemos más, que nos lo ganamos. Pero esa es nuestra lógica, no la de Dios. Y si vivís de esa lógica, búscalo a Dios, búscalo de corazón mientras se deja encontrar, porque seguramente al que estás adorando no es al Dios verdadero sino a tu propio ego, a tu imagen, a tu narcisismo.
Dios tiene otras lógicas: la lógica de la gratuidad. No lo hace porque lo merecemos, lo hace porque nos ama. Si creemos que todo lo que tenemos lo merecemos estrechamos el amor de Dios a nuestro egocentrismo idolátrico. Quien sabe que nada merece, descubre en su vida que todo es un don y regalo de Dios. Cuantas angustias, resentimientos, energías ahorraríamos si entramos en la dinámica de la gratuidad de Dios. La vida no es cuestión de premios y castigos, no es cuestión de méritos. La vida es cuestión de amor, es cuestión de crecer en el amor.
Y esto no significa que nos tenemos que quedar sin hacer nada y con los brazos cruzados. San Pablo en la segunda lectura nos hablaba de que para él la vida es Cristo y la muerte una ganancia. Pablo se había enamorado de los pensamientos y de la lógica de Dios, de su amor gratuito, de su amor libre que estaba muy lejos del mérito. Pero precisamente eso que le cautivo el corazón, lo invitaba a entregarse al bien de los hermanos, a la difusión del Evangelio, a sufrir múltiples pruebas y sufrimientos. No para ganar el amor de Dios sino para corresponderlo. No porque quería dominar a Dios sino porque quería entregar lo más profundo de su ser en esa relación de amor que Dios le invitaba a vivir, que Dios te invita a vivir.
San Agustín expresa hermosamente nuestra búsqueda de Dios: ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, Y por fuera te buscaba. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera: Brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; Exhalaste tu perfume y respiré, Y suspiro por ti; Gusté de ti, y siento hambre y sed; Me tocaste y me abrasé en tu paz.