Evangelio según San Lucas 8,16-18

domingo, 18 de septiembre de
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No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado. Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".

Palabra de Dios

 


De nuestra redacción

 

"Nadie enciende una lámpara para ponerla debajo de la cama", nos dice el evangelio de hoy. La luz, por lo general la ponemos en espacio altos para que pueda iluminar lo máximo posible.

 

Habitualmente, el evangelio nos habla de la "luz" refierendosé a Jesús, a Dios que viene a poner luz donde había tinieblas, a iluminar lo que estaba oculto. Y Dios, que se hizo uno de nosotros, vino a poner su morada en medio nuestro. El mismo Dios se instaló entre nuestras cosas y vino a habitarnos por dentro, trayéndonos luz.

 

A partir de la encarnación Dios ya no está lejos, sino que está dentro nuestro. Es la experiencia que hace San Agustín, cuando después de buscar a Dios en la filosofía, a través de la razón, en los placeres y en tantos lugares, descubre que Dios estaba más dentro suyo que su misma mismidad. 

 

De verdad, "nosotros llevamos un tesoro en recipientes de barro", la luz verdadera brilla dentro de nuestros corazones y no nos la podemos guardar para nosotros mismos, ocultándola debajo de la mesa. No podemos callar ni apagar la luz que desde dentro busca salir a iluminar y dar calor a tantos que todavía no la descubrieron.

 

En este tiempo, sobre todo a partir del Documento de Aparecido, escuchamos mucho el llamado de los cristianos a ser discípulos y misioneros. La tarea del misionero no consiste tanto en irradiar la luz, sino en ayudarle a descubrir al otro  que la luz que necesita se esconde desde siempre en su propio corazón, porque el mismo Dios puso su morada en el. 

 

El regalo más grande que podemos hacerle a alguien, es ayudarle a encontrarse con el amor de este Dios que es tan familiar que eligió quedarse con nosotros, y que nos invita a descubrirlo a través de la oración que sale del corazón, en la lectura de la Palabra, en los sacramentos, en la naturaleza y en nuestros hermanos.

 

Si Dios vive dentro mío, redescubro mi dignidad como persona, me reconcilio con lo peor de mí desde la certeza de que así como soy, Dios eligió estar en mí. Dios me ama profundamente como soy, sin embargo me invita a crecer y a parecerme cada vez más a Él. Y qué sanador resulta para la persona encontrarse con esta versión de él mismo.

 

Le pidamos al Señor que la luz que puso dentro nuestro brille más que nunca, especialmente en los lugares de nuestras vidas donde nos hemos acostumbrado a vivir ensombrecidos,  con las puertas cerradas, escondidos por el miedo a que se descubra lo que tenemos oculto. Él es la luz que ilumina a todo hombre, y nada de nuestra vida le es ajeno.

 

Ojalá hoy podamos hacernos un poquito más conscientes de semejante misterio, y salir a compartirlo con los demás.

 

¡Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!


Tú estabas dentro de mí, y yo fuera,
y por fuera te buscaba, y deforme como era
me lanzaba sobre las cosas hermosas por Ti creadas.


Tú estabas conmigo,
y yo no estaba contigo.
Me retenían lejos de Ti todas las cosas,
aunque, si no estuviesen en Ti, nada serían.


Llamaste y clamaste,
y rompiste mi sordera.
Brillaste y resplandeciste,
y pusiste en fuga mi ceguera.


Exhalaste tu perfume,
y respiré,
y suspiro por Ti.


Gusté de Ti,
y siento hambre y sed.
Me tocaste,
y me abraso en tu paz.

 

 

 

 

 San Agustín

 

 

 

 

 

Oleada Joven