¿Somos hijos?

sábado, 24 de julio de

Jesús les enseña el "Padre nuestro" a los discipulos en el evangelio del domingo, oración muy conocida hoy por nosotros.¿De verdad creemos que Dios es nuestro Padre? ¿Nos sentimos hijos?. Compartimos una reflexión del P. Javier Soteras, director de Radio María en Argentina

 

 

Llamar a Dios "Padre" y reconocernos hijos

 

La oración del Padrenuestro libera de la esclavitud y nos hace hijos. Jesús no nos deja una fórmula para repetirla  de un modo mecánico. El Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no solo nos enseña las palabras de la oración filial sino que nos da también el Espíritu por el que ésta se hace en nosotros, como dice Juan, “Espíritu y vida”.  La prueba y posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama “Abba Padre”, “papito” como dice Gálatas 4,6


Hay en el corazón nostalgia de paternidad y ¿donde se nota esto? En la ausencia de la vida fraterna , en la ruptura en la vida social cuando vemos las distancias que nos separan de los que deberían ser hermanos. La fragmentación en la vida social es un clamor nostálgico de paternidad universal.  El Espíritu que conoce y escruta los corazones nos pone en sintonía con ésta realidad y nos invita a expresarlo desde lo más hondo de nuestro corazón . Dios, el Padre, viene a sanar la herida profunda que hay en nuestro corazón regalándonos a su hijo Jesús para que en Él seamos hijos en el Hijo y podamos expresar desde el Espíritu que Él nos ha incorporado a su familia.


Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El, con su Hijo, por la vida del Espíritu entonces participamos de la familiaridad de Dios. Siendo hijos de Dios todo el mundo se nos hace cercano, se rompen las barreras que nos separan, porque pasamos a ser todos hermanos. Lo conocemos y reconocemos con admiración nueva, con la novedad que trae su presencia.

 

 La primera palabra de la oración del Señor “Padre nuestro”  es una bendición de adoración antes de ser una imploración, porque la gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como Padre, Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su nombre que es paz y reconciliación, por habernos conocido y concedido creer en El, conociéndolo, amándolo, por haber sido habitados por su presencia que nos hace clamar “Abbá, Padre”.


La oración del Padrenuestro nos mueve a la conversión. Este don gratuito de la adopción que Dios hace en la persona del Hijo nos invita a la conversión contínua, es decir que nuestra vida en el Espíritu vaya cada vez más configurándose a la vida de Cristo. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales. Una, el deseo  y la voluntad de asemejarnos a El en la persona de su Hijo, la otra, un corazón humilde y confiado.

 

El deseo y la voluntad de asemejarnos a El creados a su imagen y semejanza. La semejanza es la que se nos ha deteriorado, la imagen está intacta. Recuperamos la semejanza y nos parecemos a El cuando en el vínculo de caridad que Dios tiene para con nosotros expansivamente relacionamos nuestra vida a la de los demás y vivimos según ese mandato. Es necesario acordarnos cuando llamemos a Dios “Padre nuestro” que debemos comportarnos como Hijos de Dios. “No pueden llamar a Dios Padre, al Dios de toda bondad, si mantienen un corazón cruel, inhumano porque en éste caso ya no tienen ustedes la señal de la bondad del Padre del cielo”, decía San Juan Crisóstomo. Por lo tanto es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre que se refleja en el Hijo, en nosotros,  por la Gracia del Espíritu Santo que nos revela. Desde allí impregnar toda nuestra vida bajo éste signo, el del amor.


Se desprenden 2 realidades de ésta oración de clamor al cielo al Padre en el deseo de reconciliación y de conversión contínua: por un lado la voluntad de asemejarnos a Dios y por otra parte aparece nuestra condición humilde y el llamado a la confianza que nos hace volver a ser como niños porque es a los pequeños a los que el Padre se revela. “Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma en la oración se hunde, se abisma allí en la santa mirada que brota hacia el cielo como uno habla con su propio padre muy familiarmente en una ternura de piedad entrañable”, dice Juan Casiano. Padrenuestro, decía San Agustín, éste nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración, esperanza que vamos a tener lo que vamos a pedir. ¿ Qué nos puede negar en la oración cuando ya previamente nos ha permitido ser sus hijos?


Cuando decimos “Padre nuestro” reconocemos su promesa de amor anunciada por los profetas que se ha cumplido en la nueva y eterna alianza. En Cristo hemos llegado a ser su pueblo. Este era el gran anhelo y deseo que el mismo Dios había puesto en el pueblo elegido, que dejaran de vivir como extranjeros en la tierra, que vivan el cielo anticipadamente, que pudieran ser el pueblo de Dios y Dios pudiera tener un pueblo. Ahora la humanidad toda es ese pueblo. En Cristo hemos sido constituidos pueblo de Dios.  En éste ser pueblo de Dios El se reconoce en nosotros y nosotros en El. Ese es el cumplimiento de las promesas.

 

 Como la oración del Señor es la de su pueblo, en los últimos tiempos ese “nuestro” (Padre nuestro)  expresa también la certeza de nuestra esperanza, es decir que todos constituiremos la nueva Jerusalén, el nuevo pueblo definitivo de Dios. Así será realidad lo que decía el Apocalipsis: “Yo seré su Dios y el será mi hijo” se dice de todos y de cada uno de nosotros y de todos en conjunto. Todos en Cristo hemos sido reconciliados con el Padre. El don de la reconciliación, la Gracia de ver rotas las cadenas que nos separaban de Dios la expresamos cuando a Dios lo llamamos por su nombre “Padre nuestro”.

 

 

 

Oleada Joven