Mensaje del Papa Juan Pablo II al VIII Foro Internacional de los Jóvenes 2004
Queridos estudiantes, en la universidad no sólo sois destinatarios de servicios, sino que sois los verdaderos protagonistas de las actividades que en ella se desarrollan. El período de los estudios universitarios constituye una frase fundamental de vuestra existencia, en la que os preparáis para asumir la responsabilidad de opciones decisivas que orientarán todo vuestro futuro. Por este motivo, es necesario que afrontéis el itinerario universitario con una actitud de búsqueda de las respuestas adecuadas a las preguntas esenciales sobre el significado de la vida, sobre la felicidad, y sobre la plena realización del hombre, sobre la belleza como esplendor de la verdad.
A través del don de la fe nos hemos encontrado con Aquél que se nos presenta con esas palabras sorprendentes: «Yo soy la verdad» (Juan 14, 6). ¡Jesús es la verdad del cosmos y de la historia, el sentido y el destino de la existencia humana, el fundamento de toda realidad! A vosotros, que habéis acogido esta Verdad como vocación y certeza de vuestra vida, os corresponde demostrar su carácter razonable en el ambiente y en el trabajo universitario. Surge, por tanto, la pregunta: ¿hasta qué punto incide la verdad de Cristo en vuestros estudios, en la investigación, en el conocimiento de la realidad, en la formación integral de la persona? Puede suceder que algunos de los que se profesan cristianos, en las universidades, se comporten de hecho como si Dios no existiera. El cristianismo no es una mera preferencia religiosa subjetiva, en último sentido irracional, relegada al ámbito privado. En cuanto cristianos, tenemos el deber de testimoniar lo que afirma el Concilio Vaticano II en la «Gaudium et spes»: «La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre toda la vocación del hombre. Por ello orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas» (n. 11). Tenemos que demostrar que la fe y la razón no son inconciliables, es más, «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» (Cf. «Fides et ratio», introducción).
¡Amigos jóvenes! Vosotros sois los discípulos y los testigos de Cristo en la universidad. Que el período de la universidad sea para todos vosotros, por tanto, un período de gran maduración espiritual e intelectual, que os lleve a profundizar en vuestra relación personal con Cristo. Pero si vuestra fe depende únicamente de fragmentos de tradición, de buenos sentimientos o de una genérica ideología religiosa, no seréis capaces de aguantar el impacto con el ambiente. Tratad, por tanto, de permanecer firmes en vuestra identidad cristiana y de arraigaros en la comunión eclesial. Alimentaos, por este motivo, de la oración asidua. Escoged, cuando sea posible, buenos maestros universitarios. No os quedéis aislados en ambientes que con frecuencia son difíciles, sino más bien participad activamente en la vida de las asociaciones, de los movimientos y de las comunidades eclesiales que actúan en el ámbito universitario. Acercaos a las parroquias universitarias y dejaos ayudar por las capellanías. Hay que edificar la Iglesia en la Universidad, es decir, una comunidad visible que cree, que reza, que da razón de la esperanza y que acoge en la caridad todo rastro de bien, de verdad y de belleza presente en la vida universitaria. Vivid todo esto no sólo dentro del campus universitario, sino también allí donde están y se encuentran los estudiantes.
No es suficiente «hablar» de Jesús a los jóvenes universitarios: hay que hacer que lo «vean» a través del testimonio elocuente de la vida…
Juan Pablo II