Extractos de la reflexión del Papa previa a la oración del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
El propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que Él nos dona para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien. San Agustín comenta que “Dios nos cultiva como un campo para hacernos mejores” (Sermo 87, 1, 2: PL 38, 531). Dios tiene un proyecto para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre es muy a menudo orientada a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito. En efecto, cuando “les mandó su propio hijo –escribe el evangelista Mateo- Los viñadores “Así que le echaron mano, lo sacaron de la viña y lo mataron” (Mt 21,37.39). Dios se entrega a sí mismo en nuestras manos, acepta convertirse en misterio impenetrable de debilidad y manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un diseño de amor, que al final prevé también la justa punición para los malvados. (cfr Mt 21,41).
Firmemente anclados en la fe a la piedra angular que es Cristo, permanezcamos en Él como un gajo que no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid. Solamente en Él, por Él y con Él se edifica la Iglesia, pueblo de la nueva Alianza. Al respecto escribió el Siervo de Dios Pablo VI: “El primer fruto de la conciencia profunda de la Iglesia, sobre sí misma, es el renovado descubrimiento de su relación vital con Cristo. Algo bien conocido, pero fundamental e indispensable, pero jamás conocido suficientemente, meditado y celebrado. (Enc. Ecclesiam suam, 6 agosto 1964: AAS 56 [1964], 622).
Queridos amigos, el Señor está siempre cercano y operante en la historia de la humanidad, y nos acompaña también con la presencia singular de sus Ángeles, que hoy la Iglesia venera como “Custodios”, o sea, ministros de la divina premura para todo hombre. Desde el inicio hasta la hora de la muerte, la vida humana está rodeada de su incesante protección. Y los Ángeles coronan a la Augusta Reina de las Victorias, la Beata Virgen María del Rosario, que en el primer domingo de octubre, en estos momentos, en el Santuario de Pompeya y en el mundo entero, acoge la ferviente súplica, para que sea abatido el mal y se revele, en plenitud, la bondad de Dios.
S.S. Benedicto XVI