La Pastoral Urbana en Aparecida II – Galli

jueves, 6 de octubre de

… (continuación de “La pastoral urbana en Aparecida I”)

 
El discernimiento de la presencia del “Dios con rostro urbano”
 
1. Una grata novedad de la Conferencia de Aparecida está en promover la pastoral urbana (A 509-519). Luego mirar la realidad de la cultura urbana (A 509-513), la segunda parte del apartado presenta el juicio o discernimiento teologal (A 514-516). Éste se hace desde la luz que aporta la fe y contempla al Dios de Jesucristo que vino a vivir con nosotros y habita en / entre las ciudades.
 
El texto se abre con una afirmación de fe: Dios vive en la ciudad (A 514),[1]
Allí, Aparecida trata las presencias en las que Cristo nos sale al encuentro, retomando de forma creativa el clásico tema de las distintas presencias de Cristo en la Iglesia, el hombre y el mundo. En este punto sigue las orientaciones del Concilio Vaticano II y el magisterio posconciliar, que dio relevancia al tema del Cristo presente (Christus praesens).[2]
 
“En América Latina y El Caribe, innumerables cristianos buscan configurarse con el Señor al encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en el Sacramento de la Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, en la entrega solidaria a los hermanos más necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con gozo al Señor en medio de ellos” (A 142).
 
Aparecida muestra que el encuentro con Cristo se realiza por la acción invisible delEspíritu Santo percibida por la fe recibida y vivida en la Iglesia (A 246). Podemos encontrar a Jesús donde Él se hace presente: en la Sagrada Escritura leída en la Iglesia, difundida por la animación bíblica de la pastoral y meditada en el ejercicio orante la Lectio divina (A 247-249); en la Sagrada Liturgia donde está de un modo admirable (A 250), especialmente en la Eucaristía, lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo, y en la Reconciliación (A 250-254); en el diálogo amoroso de la oración personal y comunitaria (A 255). Encontramos a Jesús en medio de una comunidad viva en la fe y el amor fraterno, porque Él está presente en todos sus discípulos, especialmente en los pastores que representan al Buen Pastor; en los todos los hombres que luchan por la justicia, la paz y el bien común; en los acontecimientos de la vida diaria de nuestros pueblos y en toda realidad humana cuyos límites nos duelen y agobian (A 256); También lo encontramos en los pobres, afligidos y enfermos (cf. Mt 25,37-40), que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren realmente nos evangelizan! “El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo” (A 257). También lo encontramos, de un modo especial, en las figuras vinculares y ejemplares de la Virgen María (A 266-272), los apóstoles, los santos y los mártires (A 273-275). En estas formas de presencia encontramos al Cristo vivo.
 
Además, el capítulo sexto incluye de una forma destacada la piedad, la espiritualidad o la mística católicapopular, el gran tesoro de la Iglesia latinoamericana, como una forma de encuentro personal con el Señor (A 258-265).[4]
 
En las ciudades de América Latina, el Dios de Jesucristo se hace presente a través de María, el signo más bello de su cercanía entrañable y la mujer más querida por el corazón de los pueblos.
 
2. En razón del principio hermenéutico que considera el todo en la parte y el fragmento en el conjunto, debemos leer en forma correlativa lo referido a las presencias de Cristo en la Iglesia y en los hombres, en ese capítulo sexto, y lo señalado sobre la presencia de Dios en Cristo en la vida urbana de los hombres, que estamos considerando en el apartado sexto del capítulo décimo. Éste es el espíritu con el que los redactaron escribieron el Documento y el criterio con el que ha de ser leído, aunque en cada capítulo no se hagan aclaraciones explícitas ni remisiones intertextuales.
 
La novedad del núcleo teológico del apartado sobre la pastoral urbana está en afirmar que Dios habita en la vida de los hombres de la ciudad, “en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos” (A 514). Este texto es afín a otro recién citado, que dice que Jesús se encuentra: “en toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen y agobian” (A 256). El habitar de Dios se da en su identificación con los hombres, aún en sus experiencias más contradictorias, como los misterios del amor y la muerte, la alegría y el dolor, la unión y la exclusión. El texto reconoce la presencia de Dios en las “sombras que marcan lo cotidiano de las ciudades, como, por ejemplo, violencia, pobreza, individualismo y exclusión” (A 514). Allí debemos encontrar al Dios que nos viene a buscar, como se afirma desde el prólogo del libro.
 
Por nuestra fe creemos que Dios es un Dios urbano que, a través de Jesucristo, ha puesto su carpa entre nosotros, los hombres, para vivir en nuestros corazones y ciudades. Aquí cabría recordar la afirmación conciliar de que “el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo a todo hombre” (GS 22), explicada en otros textos.[6]
 
Más aún, si Dios es Amor (1 Jn 4,8.16) y tanto ama al mundo que le entrega a su Hijo para salvarlo (Jn 3,16), Dios ama la ciudad, que es casa del hombre y comunidad social. Al ser urbano hay que anunciarle que Dios ama la ciudad con amor salvador, como ama al hombre y el mundo.
 
3. De un modo especial, el amor de Dios en Cristo se hace presente en las situaciones dramáticas de la vida urbana en las que los hombres quedan atrapados por las sombras de la muerte y llegan al límite del abandono. Ellas pueden ser asumidas por la fe que reconoce a Dios incluso en el grito de abandono del Jesús muriente en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). En esas situaciones terribles Dios sigue presente, aunque parezca ausente, como estaba el Padre junto a su Hijo en la hora de la muerte. La certeza de su compañía llevó a decir a Jesús: “Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16,32). La confianza en el amor del Padre, al que estaba unido en el límite de la separación, condujo al Crucificado a abandonarse en las manos de quien se sentía abandonado: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).
 
Por esta razón de la fe, el cristiano sabe que las realidades más duras que se sufren en cada ciudad, “no pueden impedirnos que busquemos y contemplemos al Dios de la vida también en los ambientes urbanos” (A 514). En la sociedad urbana, la fe está llamada a saber descubrir al Dios presente (Deus praesens) en el Cristo presente (Christus praesens). Dios está en Cristo y Cristo está, de muchas formas, entre nosotros. Por un lado, Dios está en el Christus patiens (paciente) que sufre en sus hermanos que sufren tantas miserias, asumidas por el Siervo sufriente hasta la cruz. Por otro lado, en la cultura ciudadana hay que descubrir al Dios presente en el Christus medicus (médico) que ama, cuida y cura al hombre herido y caído con la misericordia del Buen samaritano. En la guardia nocturna de un pobre hospital urbano o suburbano, donde agobia el peso de tanto sufrimiento, enfermedad, adicción, violencia y angustia, hay que saber descubrir a Jesucristo, el Dios-Hombre, en el dolor de un enfermo crucificado y en el amor de una enfermera samaritana. 
 
Al hacerse hombre, el Hijo de Dios estableció con todo hombre una misteriosa solidaridad, a tal punto que Jesús se identifica de un modo especial con el pobre que sufre. A esta presencia en el dolor, se agrega su presencia por el amor, porque Jesús se hace presente no sólo en la persona del necesitado que sufre una miseria, sino de aquel que ejerce la misericordia. Sobre esta base teológica, Aparecida llama a contemplar al Dios de la Vida en los ambivalentes ambientes urbanos.
 
4. La parte final del número 514 invita a ver en las ciudades otras situaciones abiertas a la libertad y la oportunidad, que son propicias a la convivencia, la fraternidad y la solidaridad. En y por ellas el ser humano es llamado constantemente a caminar siempre más al encuentro del otro, conocer al desconocido, convivir con el diferente, aceptar a los demás y ser aceptado por ellos. La fe promueve una cultura del encuentro, urbano y fraterno, para asumir las diferencias enriquecedoras.
 
“Las ciudades son lugares de libertad y oportunidad. En ellas las personas tienen la posibilidad de conocer a más personas, interactuar y convivir con ellas. En las ciudades es posible experimentar vínculos de fraternidad, solidaridad y universalidad. En ellas el ser humano es llamado constantemente a caminar siempre más al encuentro del otro, convivir con el diferente, aceptarlo y ser aceptado por él” (A 514).
 
La fe en el Dios encarnado, crucificado y resucitado, fundamenta esta mirada contemplativa de la presencia Dios en y entre nosotros, en y entre nuestras ciudades. La mirada cristiana penetra en la dimensión divina de las experiencias humanas y ciudadanas más profundas. Pero esta mirada de la fe todavía no tiene la claridad de la visión beatífica, donde no habrá oscuridad. En el “mientras tanto” de la historia, la luz apenas brilla entre las sombras y la presencia se entrega en la ausencia.
 
5. Para discernir la ambigua realidad ciudadana, el número 515 introduce en el proyecto de Dios que, según el Apocalipsis, se realizará en la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que desciende del cielo y viene de Dios, embellecida como una novia y preparada para recibir a su esposo (Ap 21,2).
 
Esta forma de iluminación bíblico-teológica sigue el camino abierto por el magisterio de Pablo VI (OA 12) y por la reflexión teológica. El Apocalipsis es un eje central del clásico libro de Joseph Comblin, Teología de la ciudad,[7]
 
El Apocalipsis se emplea para pensar teológicamente la historia y la cultura a partir de la simbólica teológica de las ciudades, en especial de la Jerusalén celestial, como retomaré en el capítulo nueve. Aparecida cita Apocalipsis 21,3-4, texto sobre la ciudad escatológica en la que Dios habitará con y entre los hombres, consumando definitivamente la nueva Alianza. Allí, “ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos”, enjugando las “lágrimas de sus ojos y ya no habrá muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo la antiguo ha desaparecido”. El documento dice que “estas realidades no son meramente futuras sino que ya comienzan a realizarse en Jesucristo” (A 515).
 
En la nueva ciudad, Dios está presente y de Él brota la Vida (Ap 22,1). Ella es un símbolo de Cristo y la Iglesia, su Esposa, el Pueblo de Dios peregrino por la historia, que se consumará en la plenitud del Reino de Dios. Las interpretaciones del Apocalipsis acentúan el presente o el futuro de la Nueva Jerusalén.[10]
 
Dios acampa en su Pueblo, que vive en ciudades, y manifiesta su Reinado en el conjunto de las realidades humanas. De un modo especial, lo hace mediante la fe que se expresa en la religiosidad, piedad o mística popular, y en la caridad, que comunica su Amor y transforma este mundo hacia el Reino (GS 38-39). El último número de esta mirada teologal dice: “La Iglesia está al servicio de la realización de esta Ciudad Santa”. Para eso, ella debe implementar las diversas iniciativas pastorales que vayan “transformando en Cristo, como fermento del Reino, la ciudad actual” (A 516).
 
La acción evangelizadora de la Iglesia sirve al crecimiento del Reino de Dios en las ciudades.
“El proyecto de Dios es ‘la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén’, que baja del cielo, junto a Dios, ‘engalanada como una novia que se adorna para su esposo’, que es ‘la tienda de campaña que Dios ha instalado entre los hombres. Acampará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido’ (Ap 21, 2-4). Este proyecto en su plenitud es futuro, pero ya está realizándose en Jesucristo, ‘el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin’ (Ap 21, 6), que nos dice ‘Yo hago nuevas todas las cosas’ (Ap 21, 5)” (A 515).
 
La Jerusalén celestial es la ciudad preparada por Dios para los hombres, que ya comienza a realizarse entre nosotros (Hb 11,10.13.16; 12,22; Ap 21, 1-22). Es el término de un movimiento que proviene de Dios y envuelve la historia de la humanidad. Su revelación tiene como fin iluminar y orientar las fases anteriores del movimiento del mundo y la ciudad. La pastoral urbana, a la luz de Aparecida, comprende el servicio que la Iglesia, comunidad discipular y misionera, presta a la realización del proyecto de Dios acerca de la Ciudad Santa –el Reino de Dios- en las ciudades humanas. Para Jaime Mancera, aquí Aparecida integraría, con nuevos términos, dos líneas de la pastoral urbana: la que se entendía como colaboración con la construcción de la ciudad y la que se pensaba como evangelización inculturada en la cultura urbana.[11]
 
La Iglesia está al servicio de la realización de esta Ciudad Santa, a través de la proclamación y vivencia de la Palabra, de la celebración de la Liturgia, de la comunión fraterna y del servicio, especialmente, a los más pobres y a los que más sufren, y así va transformando en Cristo, como fermento del Reino, la ciudad actual” (A 516).
 
6. Otra cuestión surge de releer el Apocalipsis como clave teológica del discernimiento y la animación de la pastoral urbana. Prefiero pensarla en este capítulo a propósito del texto analizado.
 
En la Jerusalén celestial no hay templo “porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero” (Ap 21,22). Allí no se necesita luz porque “la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23; 22,5). La teología joánica enseña que el Cuerpo de Cristo es el nuevo Templo de Dios (Jn 2,19-21) y que Él es la Luz de Dios que ilumina al hombre y el mundo (Jn 1,9; 9,5).
El Pueblo escatológico de Dios es el Cuerpo de Cristo (Jn 2,21), que se ha convertido en el Templo del Espíritu Santo (1 Cor 3,16?17; 2 Cor 3,6?8). La Piedra angular es Cristo y los cristianos son piedras vivas (1 Pe 2,4?10). El Templo abarca incluso a aquellos que antes no eran Pueblo pero ahora son Pueblo de Dios, “casa espiritual” (1 Pe 2,5: oíkos pneumatikòs) y “morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,22). El tiempo del templo de Jerusalén ha pasado porque ha llegado el tiempo del Espíritu y del Pueblo que reza “en espíritu y en verdad” (Jn 4,19?24).[12]
 
Esta novedad del Pueblo de la Nueva Alianza cambia completamente el régimen del culto antiguo. Pero, de esta afirmación, no se deduce que en las ciudades humanas no haya templos cristianos, ni que toda urbe sea por sí misma el templo de Dios. Algunos análisis culturales y planteos pastorales oscilan entre secularizar o sacralizar la ciudad, proponiendo fórmulas sin matices, desde el “no debe haber templos” al “todo es templo”. Por cierto, aspiramos a que toda persona sea un templo y toda ciudad sea un santuario. Hoy se llama a “santuarizar” los espacios de la urbe para percibir la presencia del Dios que nos ama y visita. Existe una rica analogía de la sacralizad, e incluso de la sacramentalidad, que incluye las obras de la naturaleza material, los gestos de la vida humana y las obras de la cultura urbana. No obstante, hay un estatuto original e irreductible de la sacramentalidad cristiana, que recrea las simbólicas y rituales del espacio, el tiempo, la naturaleza y la existencia.[13]
 
El santuario, la peregrinación y la fiesta son típicos fenómenos religiosos recreados por el misterio de Cristo. Lo sagrado no se define por su oposición a lo profano, ni se analiza sólo en el horizonte de las ciencias de la religión, sino que debe ser pensado en relación al Dios Santo y Salvador que se introduce en la historia. El cristianismo no abolió la categoría de lo sagrado, sino la de lo profano. Las realidades sagradas son asumidas y transformadas por la lógica de la Encarnación de Dios y de la economía mesiánica. Para la Iglesia ya nada es totalmente profano y todo puede ser santificado por el Espíritu Santo. El filósofo Paul Ricoeur pensó a fondo la integración entre la fenomenología de las distintas expresiones de lo sagrado y la hermenéutica de la proclamación kerigmática del mensaje cristiano.[14]
 

 


[1] Cf. J. Seibold, “Dios habita en la Ciudad”, CIAS 568/9 (2007) 405-423. Es la ponencia presentada en el Primer Congreso Internacional de Pastoral Urbana “Dios habita en la Ciudad”, México, 6-9 de agosto de 2007.
[2] Cf. C. M. Galli, “Cristo, por su Espíritu, en su Iglesia y en el hombre. Centralidad de Cristo y nexos entre sus diversas presencias según el Concilio Vaticano II”, en: V. Fernández; C. M. Galli (dirs.), Presencia de Jesús. Caminos para el encuentro, Buenos Aires, San Pablo, 2007, 9-63, esp. 56-63.
[3] Cf. C. M. Galli, “Líneas cristológicas de Aparecida”, en: CELAM – Secretaría General, Testigos de Aparecida, I, Bogotá, CELAM, 2008, 103-204, esp. 156-179.
[4] Cf. E. Bianchi, “El tesoro escondido de Aparecida: la espiritualidad popular”, Teología 100 (2009) 557-576.
[5] J. Seibold, La mística popular, México, Buena Prensa, 2006, 196; cf. “Piedad popular, Mística popular y Pastoral Urbana. Sus vinculaciones según el Documento de Aparecida”, Medellín 138 (2009) 207-226.
[6] Cf. Galli, Cristo, por su Espíritu, en su Iglesia y en el hombre, 57.
[7] Cf. J. Comblin, Théologie de la ville, Paris, 1968. En América Latina se conoce la versión, resumida, simplificada y traducida con bastante fidelidad por F. Calvo, Teología de la ciudad, Estella, Verbo Divino, 1972.
[8] Cf. J. Comblin, “Ciudad, Teología y Pastoral”, en: R. Caramuru (ed.), La Iglesia al servicio de la ciudad, Barcelona, Nova Terra, 1967, 135-167.
[9] Cf. J. Comblin, La ciudad, esperanza cristiana, México, fotocopiado, 2001, 1-12.
[10] Cf. U. Vanni, Apocalipsis, Estella, Verbo Divino, 1994, 58-61; F. Contreras, La nueva Jerusalén. Esperanza de la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1998, 21-40, 49-76, 275-284. En su tesis, A. Alvarez Valdés insiste en la realización de la novedad de Cristo en la historia presente, cf. La nueva Jerusalén ¿Ciudad celeste o ciudad terrestre? Estudio exegético y teológico de Ap 21,1-8, Estella, Verbo Divino, 2005, 7-12, 153-155, 285-296.
[11] Cf. J. Mancera, “La pastoral urbana en las conferencias latinoamericanas”, en: Tercer Encuentro regional de Pastoral Urbana. Agosto de 2010, Buenos Aires, 2010, 6.
[12] Cf. Contreras, La nueva Jerusalén, 150-156. El nuevo Templo de Cristo (y el fin del culto en el antiguo templo de Jerusalén) es un eje de la obra de J. Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret II. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Buenos Aires – Madrid, Planeta, 2011, 11-68.
[13] Cf. J. S. Croatto, “Las formas de lenguaje de la religión”, en: F. Diez de Velasco; F. García Bazán (eds.), El estudio de la religión, Madrid, Trotta, 2002, 61-99.
[14] Cf. P. Ricoeur, “Manifestación y proclamación”, en: Fe y filosofía. Problemas del lenguaje religioso, Buenos Aires, Almagesto – Docencia, 1990, 73-98.
[15] Cf. Y. Congar, “Situation du ‘sacré’ en régime chrétien”, en: AA. VV., La liturgie après Vatican II, Paris, Cerf, 1967, 385-403.

 

Oleada Joven