Mi vida, un disparo a la eternidad

lunes, 10 de octubre de
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¡Dios! ¡Cómo ensancha el alma ponerse a meditar estas verdades, las mayores de todas! Es como cuando uno se pone a mirar el cielo estrellado en una noche serena. La razón nos lleva a Dios. Todo nos habla de Èl: el orden, la metafísica, el acuerdo de los sabios, los santos y los místicos. Él es el que es: “Yo  Soy el que Soy”

 

La naturaleza de Dios: Santo, Santo, Santo; armonía, orden belleza, amor. Dios es amor; Omnipotente; Eterno. Pensemos cuando el mundo no existía… Imaginemos el acuerdo divino para crear… El primer brotar de la materia. La evolución de los mundos. Los astros que revientan. Los millones de años. “Y Dios en su eternidad”.

 

¡Todo depende de Dios! Y, por tanto, ¡la adoración es la consecuencia lógica de mi dependencia total!

 

La oración, que a veces nos parece inútil, ¡qué grande aparece cuando uno piensa que es hablar y ser oído por quien todo lo ha hecho! A Dios que no le costó nada crear el mundo ¿qué le costará arreglarlo?, ¿qué le costará arreglar un problema cualquiera? Tanto más cuanto que nos ama: ¡nos dio a Su Hijo! (cf Jn 3, 16). A veces un desaliento porque no comprendo a Dios, pero, ¿cómo espero comprenderlo, yo que ni comprendo sus obras? Consecuencia: mucho más orar que moverme. Además que en el moverme hay tanto peligro de activismo humano.

 

¿Y yo? Ante mí la eternidad. Yo, un disparo en la eternidad. Después de mí, la eternidad. Mi existir, un suspiro entre dos eternidades. Bondad infinita de Dios conmigo. Él pensó en mí hace más de cientos de miles de años. Comenzó, si pudiera, a pensar en mí, y ha continuado pensando, sin poderme apartar de su mente, como si yo no más existiera. Si un amigo me dijera: los once años que estuviste ausente, cada día pensé en ti, ¡cómo agradeceríamos tal fidelidad! ¡Y Dios, toda una eternidad!

 

¡Mi vida, pues, un disparo a la eternidad! No apegarme aquí, sino a través de todo mirar la vida venidera. Que todas las creaturas sean transparentes y me dejen siempre ver a Dios y a la eternidad. A la hora que se hagan opacas me vuelvo terreno y estoy perdido.

 

Después de mí la eternidad. Allá voy y muy pronto. Cuando uno piensa que tan pronto terminará lo presente uno saca una la conclusión: ser ciudadanos del cielo, no del suelo.

 

Padre Alberto Hurtado

 

 

Fuente: "Un fuego que enciende otros fuegos",  Páginas escogidas del Padre Alberto Hurtado sj, Editorial Paulinas

 

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