Podríamos decir que entrar en la presencia del Espíritu Santo no es tanto un esfuerzo por estar atentos con la claridad de la mente, sino más bien dejarnos inundar por Él poco a poco.
Pero en realidad Él está siempre inundándonos, aunque estemos distraídos, dormidos, u ocupados en un trabajo exigente. También cuando pasamos un momento de oración distraídos, sólo pensando en nuestros proyectos, Él está, esperando que lo reconozcamos, en lo más hondo de nuestra intimidad.
Por eso algunos dicen que en realidad no se trata de que Él entre en nosotros, sino de entrar nosotros en Él, de penetrar en Su presencia, de habitar en Su amor y en Su luz que siempre nos superan.
Pero nosotros estamos dentro del Espíritu divino, sumergidos en Él nos envuelve, nos sostiene y nos lleva dentro de sí permanentemente.
Él está llenando todo espacio, todo tiempo y todo lugar, y nunca podemos estar fuera de Él, o escondidos de Su presencia: ¿Adónde iré lejos de Tu espíritu? ¿Adónde huiré de Tu presencia? Si subo hasta los cielos, allí estás Tú, si bajo hasta el abismo, allí te encuentras Tú. Si tomo las alas de la aurora y voy a parar a los confines del océano, también allí Tu mano me conduce, tu brazo me sostiene” (Sal 139, 7-10)
Entrar en Su presencia es sobre todo arrojarnos, llenos de confianza y gratitud, deseoso y necesitados, en Sus brazos de amor. Es penetrar allí donde siempre estamos, pero entrar con toda la fuerza de nuestro deseo.
Fuente: “Los cinco minutos del Espíritu Santo”, Víctor Manuel Fernández, Editorial Claretiana