Llega el momento de una primera intervención, seguido de una larga quimioterapia que ella no hace pesar a los que tiene al lado. A propósito de esto, María Teresa cuenta un momento decisivo en la vida de Chiara, un paso extraordinario: “Desde hace algún tiempo ha comprendido que las cosas pintan mal y que tiene un cáncer en toda regla. Sin embargo mantiene la esperanza de curarse. Unos días después de la intervención, le pregunta directamente al médico el auténtico diagnóstico. Así se entera de la verdad y de que se va a quedar calva por la quimioterapia. Y quizá sea este detalle el que le hace comprender la gravedad del mal, pues le gusta su pelo.
Estamos en Turín, en casa de unos amigos, porque la intervención ha tenido lugar en el hospital Regina Margherita. Aún la estoy viendo llegar al jardín envuelta en su abrigo verde. Tiene la mirada fija, se acerca, parece ausente, entra en casa. Le pregunto qué tal ha ido. Y ella: “Ahora no, ahora no me hables”. Se echa en la cama con los ojos cerrados. Así veinticinco minutos. Me siento morir, pero el único modo de estar a su lado es callar y sufrir con ella. Es una batalla. Luego se vuelve y me sonríe: “Ahora puedes hablar”, me dice. Ya está. Ha vuelto a dar su sí. Y ya no vuelve atrás”. Una sola vez había preguntado el porqué de ése dolor, cuando después de la primera intervención, había exclamado: “¿Por qué, Jesús?”. Pero al cabo de unos instantes había continuado: “Si lo quieres Tú, también lo quiero yo”
Chiara escribe a Chiara Lubich: “Este mal Jesús me lo ha mandado en el momento apropiado, me lo ha mandado para que lo volviese a encontrar”. Esa sonrisa que la caracterizaba desde siempre, y que en los primeros mese de enfermedad no la había abandonado, se hace aún más radiante en sus labios. Ahora Chiara sabe adónde va.
Fuente: "Realizarse a los 18", Michele Zanzucchi, Editorial Ciudad Nueva