En aquel país llueve mucho. Todo el mundo anda bajo la lluvia con ademán serio. Todos traen paraguas grises. Todo el mundo menos…Un estrafalario hombre que se pasea bajo la lluvia con una paraguas amarillo. Siempre está sonriente.
Algunos peatones se lo miran y piensan: – Está ridículo con su paraguas amarillo – Esto no es nada serio. La lluvia es una cosa seria y un paraguas tiene que ser gris. – ¿Qué clase de idea es ésta de ir con un paraguas amarillo? No hay ninguna duda de que tiene ganas de llamar la atención.
La pequeña Marta no lo acaba de entender. – Cuando llueve, un paraguas es un paraguas -piensa- sea amarillo o sea gris, siempre será mejor que no tener paraguas de ninguna clase.
Además, aquel hombre hace cara de ser feliz bajo su paraguas amarillo. Marta no puede dejar de preguntarse por qué.
Una tarde, al salir de la escuela, Marta se da cuenta de que ha dejado el paraguas en casa. Llueve fuertemente y Marta se pone a caminar bajo la lluvia sin ninguna protección. Al cabo de un instante se encuentra con el hombre del paraguas amarillo. El hombre sonríe y le ofrece: – ¿Quieres guarecerte? Marta duda, los peatones se burlarán de ella, pero vuelve a pensar: – Un paraguas, sea amarillo o sea gris, siempre será mucho mejor que no tener paraguas de ninguna clase.
Acepta el ofrecimiento y caminan los dos bajo el paraguas amarillo. Entonces Marta comprende por qué el hombre tiene cara de felicidad: bajo el paraguas amarillo el mal tiempo no existe, luce el sol y los pájaros cantan.
Marta pone una cara tan sorprendida que el hombre se echa a reir. – ¡Seguro que tú también me tomabas por loco! Escucha, en otro tiempo, yo también estaba triste en este país donde siempre llueve. Yo también tenía un paraguas gris. Un día me dejé el paraguas en casa. Al salir del trabajo me puse a andar bajo la lluvia sin ninguna protección. Camino de casa encontré un hombre que me ofreció guarecerme bajo su paraguas amarillo.
Yo también dudé como tú. Tenía miedo de llamar la atención pero todavía tenía más miedo de enfermarme y acepté. Entonces descubrí que bajo el paraguas amarillo no existe el mal tiempo. Aquel hombre me enseñó que las personas estaban tristes porque nunca se hablaban desde debajo de un paraguas al otro.
Al llegar a casa nos despedimos. Cuando el hombre ya había marchado me di cuenta que yo tenía el paraguas amarillo en mis manos. corrí para dárselo pero ya había desaparecido. Desde entonces guardo el paraguas amarillo y el buen tiempo no me ha dejado. Marta exclama: – ¡Qué historia! ¿Y no te da vergüenza conservar un paraguas que no es tuyo? – Lo más mínimo Estoy convencida de que este paraguas es de todo el mundo. Seguro que quien me lo dio lo había recibido de una u otra persona. Marta guarda el paraguas. Siempre que llueve sale sonriente bajo el paraguas amarillo. Está convencida de que, muy pronto, el paraguas pasará de sus manos a muchas otros manos, que guarecerá a otras personas y les traerá el buen tiempo.