Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”.
Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: “Señor, ¿y qué será de este?”.
Jesús le respondió: “Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme”.
Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: “El no morirá”, sino: “Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?”.
Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.
En las vísperas de Pentecostés, el evangelio de hoy nos invita a seguirlo a Jesús, nos invita a tener la experiencia de Juan, reposar en el costado de Jesús y dar testimonio.
Precisamente como nos enseñaba Aparecida ya hace diez años, la vida cristiana en el mundo de hoy no resiste sin un verdadero encuentro con Jesús, ya no basta la fe por mera tradición, ni por mera costumbre. Es necesario reavivar el don, reavivar el amor y seguirlo a Jesús, ser testigos del Señor en la vida cotidiana.
Y es que nos hace reavivar el don, ese que nos permite ser testigos, que nos permite reencontrarnos con el amor de Dios cada día, es el Espíritu Santo, que es el mismo Espíritu de Jesús resucitado y que es el Espíritu que hoy pedimos como regalo.
“Ven espíritu Santo”. Feliz Pentecostés para todos.
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