Una actitud de vida

jueves, 27 de octubre de
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Cuando nos despedimos por un tiempo de alguien que queremos mucho, solemos elegir con sumo cuidado las palabras y los silencios. El Evangelio de san Mateo nos relata ese momento tan importante en los últimos renglones que escribió. Nos cuenta que después de su Resurrección Jesús citó a sus Apóstoles en la montaña y les dijo: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre  con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 19-20) Es importante ver que Jesús manda a predicar y bautizar, a decir una enseñanza y a celebrar un sacramento. La fe no es transmitir un mensaje, sino recibir la misma vida de Jesús resucitado por medio del bautismo.



Y gracias a que los Apóstoles cumplieron este mandato, hoy tenemos fe. Somos hijos de Dios.



La misión que Dios Padre encomendó a Jesús no terminaba en enseñarnos cosas muy importantes para la vida, sino en hacernos familia suya. Hacerse cristiano no es aceptar ideas, sino encontrarse con Alguien que nos llena de alegría. La fe nos hace caer en la cuenta de que es el mismo Jesús el que camina a nuestro lado.



Hace unos cuántos años en la Iglesia dedicamos el mes de octubre a rezar por las misiones. Especialmente por aquellos varones y mujeres de diversas vocaciones que dedican su vida a anunciar la Buena Noticia de Jesús a quienes no lo conocen. Sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos y hasta familias enteras. Ellos siembran la Palabra sin ver frutos. Padecen dificultades, sufren persecuciones y algunos mueren mártires. Dan la vida para comunicar la alegría de la fe.



Nuestro compromiso es rezar por ellos, para que Dios los sostenga con la fuerza del Espíritu Santo. Sin la asistencia especial del Espíritu es imposible su tarea. Muchas veces leo o me cuentan historias concretas de lo que estos hermanos nuestros realizan y me quedo maravillado dando gracias a Dios. También hemos realizado una colecta para sostener algunas obras de servicio a los más pobres –escuelas, salas de salud, leprosarios, asilos– que son un signo del Amor de Dios por los que más sufren.



Pero también debemos aprovechar este tiempo para revisar el modo en que cada uno y nuestras comunidades estamos viviendo y comunicando la fe. ¿Somos misioneros en el barrio con los vecinos? ¿Tenemos una vida coherente, un testimonio concreto? Misión implica envío, salida hacia algún lugar, poner en palabras un contenido de fe. Para los cristianos la misión es una actitud de vida.



En el año 2007, en la Asamblea de obispos que hubo en Aparecida-Brasil, se destacó que la misión es responsabilidad de cada bautizado. Todos somos llamados a ser misioneros. En esa oportunidad el Papa Benedicto XVI dijo que “ser discípulos y misioneros son las dos caras de una misma medalla”.



Un canto, que a veces rezamos en las misas, dice: “¡Qué misión tan bella es ser Apóstol! / Seguir a Jesús por donde vaya / Anunciar con gozo su Evangelio / Ser para los hombres portadores de su Paz”. Demos gracias a Dios por el sacerdote que nos bautizó, por los catequistas que nos ayudaron a crecer en la fe, y recemos por quienes dan la vida en tierras de Misión. 



Por último, el pasaje del evangelio de san Mateo citado al principio, terminaba con una promesa de Jesús: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. Confiando en esta presencia de Jesús, demos testimonio de su amor.

 

 

Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano,

obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

 

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