Mi amor de hombre

martes, 1 de noviembre de


En la soledad descubrí que Vos deseabas el amor de mi corazón, así tal cual es: el amor del corazón de un hombre.

Encontré y conocí, por tu inmensa misericordia, que el amor del corazón de un hombre que está abandonado, quebrado y empobrecido es más amable para Vos y atrae la mirada de tu piedad, y que ese es tu deseo y tu consuelo, Señor mío, para estar más cerca de quienes te aman y te llaman “padre”. Talvez no tengas mayor “consuelo” (si así puedo expresarme) que consolar a tus afligidos hijos y a quienes vienen a ti pobres y con las manos vacías, sin otra cosa salvo su humanidad, sus limitaciones y una gran confianza en tu misericordia.

Solo la soledad me enseñó que no debo ser un dios o un ángel para agradarte, que no debo volverme una inteligencia pura sin sentimientos y sin imperfecciones humanas antes de que escuches mi voz.

Vos no esperás que me vuelva grande antes de estar conmigo para escucharme y contestarme. Son mi pequeñez y mi humanidad las que te han llevado a hacerme tu igual, descendiendo a mi nivel y viviendo en mí mediante tu misericordioso cuidado.

Y ahora es tu deseo, no que te dé las gracias y el reconocimiento que recibes de tus grandes ángeles, sino el amor y la gratitud que emanan del corazón del niño, un hijo de mujer, tu propio Hijo.

Padre mío, sé que me has convocado para aprender, que si no fuera un simple hombre, un simple humano capaz de todos los errores y todo el mal, también capaz de un frágil y errático afecto por vos, no sería capaz de ser tu hijo. Deseás el amor del corazón de un hombre porque tu divino Hijo también te ama con el corazón de un hombre, y Él se volvió hombre a fin de que mi corazón y su Corazón puedan amarte en un solo amor, que es amor humano nacido y movido por su Santo Espíritu.

Por consiguiente, si no te amo con amor de hombre, con simplicidad de hombre y con la humildad de ser yo mismo, nunca gustaré la plena dulzura de tu paternal misericordia, y tu Hijo, en cuanto a mi vida, habrá muerto en vano.

Es necesario que yo sea humano y siga humano a fin de que la cruz de Cristo no quede vacía, Jesús no murió por los ángeles sino por los hombres.

Y éste es el misterio de nuestra vocación: no dejar de ser hombres para volvernos ángeles o dioses, sino que el amor de mi corazón de hombre pueda volverse amor de Dios por Dios y los hombres, y que mis lágrimas humanas puedan caer de mis ojos como las lágrimas de Dios, porque manan de la moción de su Espíritu en el corazón de su Hijo encarnado.

 


Si aprendo esto Señor, estoy seguro que mi amor por los hombres se volverá puro y poderoso, iré hacia ellos sin vanidad ni complacencia, amándolos con algo de la pureza, delicadeza y lo recóndito de Tú amor por nosotros.

 

Amén.



Thomas Merton

 

Oleada Joven