Todos andamos en busca de la verdad. Deseamos la verdad, la buscamos, la pedimos y la queremos para cada momento de nuestra vida.
Si tuviera que traducir esa búsqueda, la traduciría como un deseo de ser auténticos. Deseo ante el Señor y ante todos vosotros, ser auténtico. Quisiera que existiera una correspondencia entre los gestos y las palabras, una correspondencia entre las palabras y las acciones, una correspondencia entre las promesas y los cumplimientos, una correspondencia entre lo que nosotros queremos ser y lo que tratamos de ser y nos esforzamos por ser en nuestra vida cotidiana.
Deseamos la verdad, deseamos la autenticidad, deseamos que, en nuestras palabras, gestos y acciones, todo lo que decimos y hacemos, corresponda a lo que el Señor pone dentro de nosotros.
Que no haya rechazo, que no exista diferencia ni distancia entre lo que sentimos y lo que vivimos. Buscamos juntos la autenticidad, la deseamos y la queremos en las relaciones de amistad, de fraternidad, en las relaciones cotidianas entre nosotros.
Busco, Señor, una verdad que sea genuina y pura como el agua, que sea simple como el pan, que sea clara como la luz, que sea poderosa como la vida.
Busco una verdad que sea genuina y pura como el agua: una verdad que no tenga que pedir prestada cada vez a unos y a otros, a derecha y a izquierda; una verdad para la que no tenga que referirme continuamente a modelos externos, sino que me salga de dentro; una verdad que continuamente se renueve en mí y en cada uno de nosotros como se renueva continuamente, siempre nuevo y siempre igual, el agua del manantial.
Busco una verdad que sea simple como el pan: una verdad que se pueda tocar, que se pueda ver, que no nos engañe, que no sea complicada ni difícil y que, como el pan, pueda ser repartida, dividida y distribuida a otros.
Una verdad que nosotros podamos mirar a la cara, tocar, meditar y acercarla a nosotros de manera sencilla. No una verdad por la que estemos obligados a pensar continuamente en qué consiste y qué significa, sino una verdad que, en sí misma, como el pan, nos comunique su sustancia, su capacidad de nutrirnos, su realidad concreta e inmediata.
Busco una verdad que sea clara como la luz: una verdad capaz de renovarse siempre, nunca cansada de sí misma; una verdad que continuamente resurja de su propio cansancio, de su propia desconfianza, de su propio acomodo perezoso; una verdad que continuamente reviva en nosotros, que sea poderosa igual que la vida es poderosa.
Ésta es mi búsqueda, nuestra búsqueda, el deseo que pongo en común con vosotros porque confío en que éste sea también vuestro deseo, nuestra búsqueda común.
Pero la verdad es débil. Porque se necesita poco para oscurecerla y herirla. Es débil en nosotros, porque nuestra fragilidad la pone constantemente en duda. Es muy fácil ensuciar una fuente: basta echarle un puñado de tierra. Es muy fácil cerrar los ojos y no ver la luz. Es muy fácil, por desgracia, suprimir la vida: basta un momento de odio, un arma en la mano, basta una jeringuilla, bastan poquísimas cosas para suprimir una vida.
¡La verdad es frágil! Frágil como el agua que discurre por la tierra y que cualquiera puede pisar. Es frágil como el pan que se tira. Es frágil como la luz que se puede no ver. Es frágil porque está en manos frágiles, en vasos de barro que somos nosotros.
Es frágil porque continuamente puede ser rota, partida, pisada, olvidada, traicionada…
Y nos dice Jesús de Nazareth:
Yo soy el agua viva que nunca se acaba y que apaga la sed,
yo soy el agua viva que brota hasta la vida eterna.
Yo soy el pan de vida. El que come de él no morirá.
Yo soy la luz que brilla en las tinieblas y que las tinieblas no pueden ocultar.
Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá
y todo el que vive en mí tendrá vida eterna.
Señor, tú eres mi verdad, tú eres la verdad del hombre.
Tú, Padre de Jesucristo, te has convertido en mi verdad,
y en el Espíritu, cada día, te haces verdad en mí.
Y tú eres el primero, Señor, en hacerme hombre y en el darme esta verdad.
Si tú me faltas, si tú te alejas, yo ni siquiera soy hombre,
soy como una piltrafa, como un náufrago que busca la salvación y no la encuentra,
un náufrago al borde de la muerte.
Señor, tu gracia, tu verdad, tu luz, me hacen hombre
y son mi gracia, mi verdad y mi luz.
Amén
Fuente: ciudadredonda.org, Carlo Martini