La vida me ha dado la oportunidad de conocer gente maravillosa, personas con pasión y amor por la vida, con corazones bien intencionados. Gente con el deseo de pasar por el mundo dejando una marca en él. Esta es quizás la Gracia más grande que debo agradecer a Dios, porque de ellos he aprendido y sigo aprendiendo con cada paso que doy. Así pude recibir en mi casa un día a una mujer extraordinaria, enamorada de Jesús, escritora de varios libros sobre el amor de Dios por nosotros. Ella es lo que el mundo suele llamar una mística. A la distancia siento que el recibir su visita fue un regalo muy especial, que aún hoy me conmueve con el sólo recordarlo. ¡Como se viven esos momentos electrizantes de la vida!
Sin embargo, un pequeño episodio marcó mi recuerdo de ese día. Cuando llegó la hora de irse, mi amiga salió por la puerta de la casa y se enfrentó a un hermoso atardecer, de esos que combinan colores de tonos fulgurantes, donde fuego y cielo parecen fundirse ante la caída del sol. Ella comenzó entonces a decir: “Oh, mi Papá Bueno, gracias porque has pintado este hermoso cuadro para mi. Qué Bueno que eres, que no dejas a tu hija nunca abandonada, y qué Caballero también, que me mimas con Tus caricias de Padre Creador que toma de Su paleta los mejores colores y haces de ello una pintura maravillosa, reflejo de la belleza de Tu Reino, de Tu Casa”.
Yo miraba extasiado el rostro de mi amiga, totalmente absorta en el diálogo con Dios, y el atardecer maravilloso que ella contemplaba. Admiraba el diálogo de esa alma enamorada de su Dios, que lo reconocía en tan simple manifestación de Su grandeza. Mi mirada iba de un punto al otro, cuando comprendí algo en mi interior. Esto que yo admiraba no era un diálogo entre mi amiga y Dios, simplemente, porque Dios había pintado ese cuadro para mi también.
Ella lo había comprendido, yo no. Dios estaba usando Su paleta con los mejores colores para mi también, sólo que yo no tenía el corazón inflamado de mi amiga, necesario para admirar el amor de Dios puesto también frente a mi. Ella, como todos los que aman a Dios profundamente, lo ve en todo momento y en todo lugar, porque Dios se expresa a cada instante de nuestra vida ¡Solo hay que saber verlo, y admirar Su Presencia!
Esta lección me hizo comprender que hay que valorar todo lo que tenemos, sea grande o pequeño, visible o sutil, material o espiritual, porque todo es Gracia de Dios. Tendemos a comparar, y quejarnos demasiado. Así no sabemos valorar a nuestros padres, hasta que no los tenemos. No valoramos a nuestra esposa, esposo, novia o novio, y los comparamos con otros que pensamos son mejores. No valoramos a nuestros hijos, ni siquiera los conocemos. No sabemos ver el valor de nuestra profesión, de nuestros trabajos o misión en la vida, y añoramos otras cosas lejanas e inalcanzables.
El Señor se nos manifiesta en lo pequeño, como en aquel atardecer donde mi amiga supo ver a Dios mostrándole cuan Caballero es. Con más razón debemos nosotros ver a Dios en tantas otras cosas que el Señor pone a nuestro lado a cada instante. Solo hay que saber ver más allá, esforzarse en admirar todo desde otros ojos, los ojos del amor y la sencillez. No debemos mirar buscando lo bueno con el criterio del mundo, sino con un corazón simple y sincero. Dios nos llama con cosas pequeñas, ocultas en medio de las complejidades del mundo, de sus permanentes ruidos y vanidades.
Mira a tu alrededor, construye tu vida desde lo que tienes, y no desde lo que desearías tener. Haz un inventario de todo lo que Dios te ha dado, todo, y olvida la lista de cosas que desearías tener, hazla a un lado. Es sabio vivir desde lo que se tiene, porque allí siempre se verá la Mano de Dios actuando en nuestra vida. Valorar lo que poseemos, como el ciego que valora tu vista, el enfermo que valora tu salud, la madre estéril que valora a tus hijos, el desempleado que valora tu trabajo, el pobre que valora tu riqueza. Mira a tu alrededor, y siempre verás a alguien que está más necesitado que ti.
Dios no nos deja solos, nunca. Su Amor es infinito, y se manifiesta en aquello que quizás menos valoramos, aunque esté frente a nosotros. Como mi amiga que supo encontrar en aquel atardecer el abrazo de su Dios, una caricia oportuna, una palabra de aliento. Dios te ha dado y te dará muchos atardeceres. Admíralo con Su paleta de hermosos colores, preparando la escena que hará que lo encuentres, lo reconozcas y te decidas a pasar un rato con El.
Fuente: reinadelcielo.org