Millones de personas viven absolutamente alejadas de Dios, sin estar siquiera dispuestas a plantearse seriamente las verdades espirituales que el hombre ha venido teniendo como centro de su vida desde hace miles de años. Nuestra alma grita la presencia del espíritu, invitándonos a aprender a valorar esa parte invisible de nuestro ser, lugar donde habitan nuestros sueños más maravillosos. Nosotros no estuvimos en el paraíso, y sin embargo tenemos como un recuerdo, o un anhelo de estar allí.
Si, Dios nos llama desde ese lugar solitario y penumbroso, rincón distante pero cercano, puerta que se entreabre por momentos para dejar filtrar la Luz de Su Presencia. Y El, en Su lenguaje sin palabras, nos transmite Sus deseos, Sus sueños, Su plan para nuestra vida. Sin dudas que nunca son fáciles de comprender las silenciosas Palabras de nuestro Dios, porque El habla con un lenguaje sugerido, invisible, desafiante para nuestra fe. Pero cuando empezamos a aceptar jugar Su juego, juego de dialogo silencioso, juego de sentimientos inacabados, es que se deja ver la maravillosa respuesta de nuestro Dios.
Tenemos un Dios agradecido, eso se puede advertir rápidamente si uno está dispuesto a prestar atención a Sus sutiles marcas en nuestro camino. Cuando hacemos algo por El, aunque sea pequeño, la respuesta viene de inmediato. Su agradecimiento tiene formas tan sutiles, que solo el alma beneficiada lo puede comprender. Son pequeños signos que trascienden lo que de modo regular ocurre en nuestra vida, un mojón que deja un mensaje muy claro: “tu Señor ha estado aquí”. Y nosotros cruzamos ese hito, lo miramos admirados y nos decimos a nosotros mismos: ¡El se ha dignado mirarme! ¡El ha hecho esto porque yo le di un pequeño, un pequeñísimo trozo de mi vida!
Quizás sea esto lo que más nos enamora de nuestro Dios: esas sutiles muestras de agradecimiento nos sorprenden porque quizás pensamos que El, estaba distraído. Pensamos que somos tan pequeños, que El en realidad no presta demasiada atención a nuestros pasos. Sin embargo, de repente, el Dios de la Creación, el que se encarnó en Maria en aquella habitación solitaria, nos mira con atención. A mí, que nada valgo. A mí, que poco, muy poco, hago por El. Ese sentimiento de estar siendo no solo observados, sino mucho mas importante, amados por nuestro Dios, nos derrumba desde los cimientos. ¡Es que no lo esperábamos!
Y llenos del asombro del amor recién reconocido, empezamos a buscar que el dialogo sea más frecuente, invitando a nuestro comensal a sentarse más frecuentemente a la mesa donde tan sabrosos manjares se sirven sin medida. Nos llenamos, de gusto, de sentimientos compartidos con Aquel que puso Su tiempo, todo Su tiempo, a nuestra entera disposición. Le hacemos preguntas indiscretas, con palabras no dichas, y obtenemos como respuesta una sonrisa, una mirada silenciosa, un abrazo que enjuaga las lágrimas. El, conocedor de nuestras debilidades, da muestras de ser un verdadero Caballero, el Caballero más considerado que ningún escritor de historias de hidalgos personajes pueda jamás haber imaginado.
El, es infinitamente agradecido, y premia el amor, con más amor. Cuando el alma plena de fe se recoge en diálogos sutiles, que crecen y se hacen oración, devuelve el mil por uno. No hay medida, para nuestro Dios. El es, verdaderamente, exagerado. Si, no me tomen a mal con lo que digo, tenemos un Dios exagerado. Cuando nuestro enamoramiento se desborda de sus cauces naturales y nos abrimos a dejar que El fluya por nuestros ríos interiores, allí, es que se puede ver que Su Amor no tiene medida. El nos colma de Gracias, de signos interiores, de consuelos, de sentimientos que nos hacen brotar lágrimas de origen inexplicable, de ganas de gritar, de correr. El lugar donde todo esto se manifiesta, es en nuestro pecho. Parece que nuestro corazón va a estallar de alegría, de felicidad por haber descubierto a mi Dios, El que está Todo para mí, a tiempo completo.
Y luego, como en un final de fiesta esperado, pero no deseado, todo vuelve a la normalidad. Tenemos que seguir viviendo, remontando las cuestas de nuestro camino…. pero sabemos que tenemos al Señor dispuesto a escucharnos. Un Dios agradecido, un Dios que espera nuestro gesto, nuestra mirada, para volver a encontrarnos, cuando menos lo esperemos, en ese distante rincón de nuestra alma.