Dios siempre escucha

lunes, 7 de noviembre de

 

 

El padre Damián era un hombre de Dios. Había sido secuestrado por Dios de entre los hombres, para ser puesto al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios.

 

Como tal, dedicaba la jornada entera a su tarea de pastorear el rebaño que Nuestro Señor le había confiado. Y por la noche, cansado, se retiraba a rezar un rato antes de irse a descansar en su cama.

 

Pero, a veces sucedía que el sueño se le adelantaba y lo sorprendía con su libro de rezos en las manos. Diciéndolo en forma directa, se quedaba profundamente dormido mientras rezaba su breviario. Y esto fue justamente lo que le sucedió aquella tarde, luego de la tormenta que le había volado una parte del techo de su iglesita. Para peor, sabía que ni él, ni sus pobres feligreses, tendrían demasiadas posibilidades de conseguir los medios para techarla de nuevo rápidamente.

 

El sueño lo sorprendió mientras rezaba aquel versículo de un salmo que afirma:
– Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó; como el sueño de una noche.

 

Y con esta frase se encontró soñando en la mismísima presencia de Tata Dios. Y como tenía la conciencia limpia, no tuvo miedo de dirigirle con confianza una pregunta filial aunque en el fondo quizás un poco interesada:

 

-Señor Dios ¿es cierto que mil años en su presencia, son como un ayer que pasó?

 

-Sí- le respondió el Padre- ¡Así es! Mil años para ustedes, son para mí como un segundo.

 

-Entonces -continuó el padre Damián- cien mil pesos de los nuestros deberían ser para Usted como un centavo ¿no?

 

-Exactamente -le contestó Dios- ¡como un centavo!

 

-¡Señor Dios -se animó a corajear el buen cura- ¿no me darías un centavo de los tuyos?

 

-Cómo no -le dijo Dios- ¡espérame un segundo!

 

"Las medidas de Dios son distintas que las nuestras, lo mismo que Sus tiempos"

 

 

Fuente: "Humorterapia", Mamerto Menapace, Editorial Patria Grande

 

Oleada Joven