Situar a María en su vida cotidiana a menudo se nos escapa y centramos nuestra mirada en las intervenciones divinas que la sitúan en un plano enormemente cercano al misterio, a veces incluso fundiéndose en Él. Dichos acontecimientos trascienden lo meramente humano y nos hacen, quizá, dejar en un segundo lugar la vida diaria de María; olvidando así, que esa vida de cada día tiene mucho que contarnos y aclararnos de aquella de quien afirmamos que es Madre de Dios y Madre nuestra.
Acercarse a la biografía de María de Nazaret se hace difícil principalmente por la escasa referencia que de ella encontramos en los evangelios, pero sin duda de esos pasajes, contados, pero a la vez ricos en contenido, podríamos deducir sin tenor a equivocarnos, la grandeza de una mujer de a pie a quien no todo le vino resuelto por el hecho de haber sido elegida por Dios para que en la plenitud de los tiempos diera acogida en su seno a Jesús.
No tuvo que ser nada fácil abrirse al proyecto de Yavé en sus años adolescentes, el "hágase" dicho al ángel no es una respuesta idealista propia de sus años, sino una respuesta consciente que se traduce en coherencia a los pocos días en su actitud de servicio con Isabel. Puede decir "Si" a Gabriel porque entiende perfectamente que llevar en sus entrañas al Mesías supone hacer presente el Reino que Él viene a instaurar y que esto no se hace en un único instante sino a lo largo de toda la vida y en todas las situaciones que ésta trae consigo.
San Juan relata otra escena en la que este compromiso con la construcción del Reino se hace patente en un gesto humano y sencillo de María: su sensibilidad femenina ante el apuro de los novios de Caná, "no tienen vino", ¡qué propio de una mujer intuir que algo no va bien en los rostros preocupados de los anfitriones!.
María es extraordinaria y a la vez un testimonio cuya proyección resulta para el cristiano un modelo de configuración por su forma de aterrizar en lo habitual y diario.
Es extraordinaria en su disponibilidad y fe absolutas. Sus "Si" firmes y confiados a la voluntad de Dios nos hacen percibir que Ella era una criatura especial, diferente, pensando incluso que pudiera estar hecha de otra pasta distinta a la nuestra. Sin embargo… María es plenamente humana, plenamente mujer, plenamente cotidiana. Es en esta cotidianidad de María donde se va forjando la fuerza interior para radicalizar la opción por Dios en Nazaret, Belén, Caná, Getsemaní o Jerusalén; porque a pesar de la admiración que pueda producir lo grandioso: DIFÍCIL, inmensamente difícil, ES LO PEQUEÑO.
María vive intensamente cada momento, haciendo de él un instante y un lugar privilegiado de encuentro con Dios. Es la fidelidad en los pasos pequeños y constantes del andar cotidiano lo que cristaliza en un "Si" absoluto en las situaciones que exigen una contundencia valiente y generosa. Sin duda, las grandes obras maestras se realizan a través de numerosas pinceladas, todas ellas de una calidad indiscutible.
Como diría Leonardo Boff: "…Ella es una humilde, pobre y anónima aldeana; pero en Ella también se encuentra el punto de convergencia de los impulsos vitales femeninos… como madre, esposa, hermana y amiga".
Todas estas dimensiones incuestionablemente femeninas y cotidianas constituyen el marco perfecto para que María, sin dejar de ser una mujer, sea una colaboradora excepcional y directa con el plan salvífico de Dios. Asume constantemente los acontecimientos del día a día como su historia de salvación personal, en la que lo ordinario y lo extraordinario, lo sencillo y lo complicado, lo grande y lo pequeño; adquiere un sentido decidido de entrega y de comunión con el ser humano y con lo divino.
María vive como nadie al servicio del proyecto de Dios porque es capaz de transformar la rutina en oportunidad para hacer presente el Reino, porque abraza ilusionada el don de la vida para dar, y porque aún habiendo sido elegida por Dios no introduce su vida en un paréntesis al margen del resto de la humanidad, sino que sigue siendo una mujer de a pie, una mujer cotidiana.
Fuente: revistamiriam.com