Señor, hoy vengo ante tí para entregarte todos mis miedos. Te entrego Jesús el miedo que muchas veces siento a todo, y en cierto sentido, a todos. Te entrego mi miedo a la vida y a la muerte, al pasado, al futuro, pero también al presente, incierto, precario, efímero, movedizo…
Te entrego mi miedo a las responsabilidades asumidas y por asumir, el miedo a la guerra y a la paz siempre frágil y difícil de administrar y mantener.
Te entrego mi miedo al poder, deseado y, a la vez alcanzado, necesitado de ser defendido y acrecentado.
En vos Señor mi miedo a ganar y a perder, miedo a asumir compromisos estables y a romperlos, miedo a hacerse amigos y miedo a la soledad, miedo a la ciencia y miedo a la ignorancia.
En vos Señor dejo mi miedo a la felicidad cuando se torna siempre tenue y efímera, y miedo a la infelicidad no prevista, casi siempre duradera.
Sobre todo Señor, te entrego el miedo a mí mismo: miedo a conocerme o a ignorarme, miedo a escucharme en la intimidad de mi ser, y miedo a la respuesta. En vos mi miedo a custionarme y a ser cuestionado, miedo a la nostalgia que paraliza, a la memoria histórica porque compromete.
Y podría continuar con una infinita lista mi Señor,
pero me abandono completamente a tu cuidado
pidiéndote la fortaleza que la fe de mi corazón
necesita para abrazar y superar todo miedo
que tan solo me hace retrasar en mi camino…
Amén!
(Adaptación de un texto de Paul Debesse)