Juan Pablo II y la Virgen María

miércoles, 16 de noviembre de

 

Totus Tuus. Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la segunda guerra mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente arraigada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención.

 

María Santísima continúa siendo la amorosa consoladora en tantos dolores físicos y morales que afligen y atormentan a la humanidad. Ella conoce nuestros dolores y nuestras penas, porque también Ella ha sufrido, desde Belén al Calvario: «Y una espada atravesará tu alma.» María es nuestra Madre espiritual, y la madre comprende siempre a los propios hijos y los consuela en sus angustias. Además Ella ha recibido de Jesús en la cruz esa misión específica de amarnos, y amarnos sólo y siempre para salvarnos. María nos consuela sobre todo señalándonos al Crucificado y al paraíso.

 


También os pueden llegar a vosotros momentos de cansancio, de desilusión, de amargura por las dificultades de la vida, por las derrotas sufridas, por la falta de ayudas y de modelos, por la soledad que lleva a la desconfianza y a la depresión, por la incertidumbre del futuro. Si alguna vez os encontráis en estas situaciones, recordad que el Señor, en el designio providencial de la creación y de la redención, ha querido poner junto a nosotros a María Santísima, que, lo mismo que el ángel para el profeta, está a nuestro lado, nos ayuda, nos exhorta, nos indica con su espiritualidad dónde están la luz y la fuerza para proseguir el camino de la vida. Siendo todavía joven, el padre Maximiliano Kolbe escribía desde Roma a su madre: «¡Cuántas veces en la vida, pero especialmente en los momentos más importantes, he experimentado la protección especial de la Inmaculada…! ¡Pongo en Ella toda mi confianza para el futuro!»

 

 

Como esclava del Señor, María estuvo dispuesta a la entrega generosa, a la renuncia y al sacrificio a seguir a Cristo hasta la cruz. Ella exige de nosotros la misma actitud y disposición cuando nos señala a Cristo y nos exhorta: «Haced lo que Él os diga.» María no quiere ligarnos a ella, sino que nos invita a seguir a su Hijo. Pero, para llegar a ser en verdad discípulos de Cristo, debemos —como Cristo mismo nos enseña— despojarnos de nosotros mismos, liberarnos de nuestra propia autocomplacencia y, como María, abandonarnos enteramente en Cristo; debemos seguir su verdad, la que Él mismo nos ofrece como único camino hacia la vida verdadera y permanente.

 

Tenemos necesidad de ti, Santa María de la Cruz: de tu presencia amorosa y poderosa.
Enséñanos a confiar en la providencia del Padre, que conoce todas nuestras necesidades; muéstranos y danos a tu Hijo Jesús, camino, verdad y vida; haznos dóciles a la acción del Espíritu Santo, fuego que purifica y renueva.

 

 

 

 

 

El rosario es un coloquio confidencial con María, una conversación llena de confianza y abandono. Es confiarle nuestras penas, manifestarle nuestras esperanzas, abrirle nuestro corazón. Declararnos a su disposición para todo lo que ella, en nombre de su Hijo, nos pida. Prometerle fidelidad en toda circunstancia, incluso la más dolorosa y difícil, seguros de su protección, seguros de que si lo pedimos ella nos obtendrá siempre de su Hijo todas las gracias necesarias para nuestra salvación.

 

Ella debe ahora acompañar vuestra vida. Debemos confiarle esta vida. Y la Iglesia nos propone justamente para ello una oración muy sencilla, el rosario, ese rosario que puede tranquilamente desgranarse al ritmo de nuestras jornadas. El rosario, lentamente rezado y meditado, en familia, en comunidad, individualmente, os hará entrar poco a poco en los sentimientos de Cristo y de su Madre, evocando todos los acontecimientos que son la clave de nuestra salvación.

Seguid amando el santo rosario y difundid su práctica en todos los ambientes en que os encontréis. Es una oración que os forma según las enseñanzas del Evangelio vivido, os educa el ánimo a la piedad, os da perseverancia en el bien, os prepara a la vida y, sobre todo, os lleva a ser amados de María Santísima, que os protegerá y defenderá de las insidias del mal. Rezad a la Virgen también por mí y yo os confío a cada uno a su protección maternal.


 

 

Toda su vida terrena fue una peregrinación de fe. Porque caminó como nosotros entre sombras y esperó en lo invisible. Conoció las mismas contradicciones de nuestra vida terrena. Se le prometió que a su Hijo se le daría el trono de David, pero cuando nació no hubo lugar para Él ni en la posada. Y María siguió creyendo. El ángel le dijo que su Hijo sería llamado Hijo de Dios; pero lo vio calumniado, traicionado y condenado, y abandonado a morir en la cruz como un ladrón. A pesar de ello, creyó María «que se cumplirían las palabras de Dios», y que «nada hay imposible para Dios».


Esta mujer de fe, María de Nazaret, Madre de Dios, se nos ha dado por modelo en nuestra peregrinación de fe. De María aprendemos a rendirnos a la voluntad de Dios en todas las cosas. De María aprendemos a confiar también cuando parece haberse eclipsado toda esperanza. De María aprendemos a amar a Cristo, Hijo suyo e Hijo de Dios.

 

Si tenemos confianza en la Madre de Cristo, como la tuvieron los esposos de Cana de Galilea, podemos confiarle nuestras preocupaciones como lo hicieron ellos; y confiarle asimismo nuestras decisiones, las luchas interiores que acaso nos atormentan; podemos confiárselo todo a Ella, a la Virgen de la Confianza, a la Madre de nuestra entrega: «Yo me entrego a Ti; quiero dedicarme a Cristo, pero me confío a Ti como lo hicieron los esposos»; no fueron directamente a Cristo a pedirle un milagro, sino a María, confiaron a María sus preocupaciones y apuros. Claro está que al actuar así querían llegar a Cristo, querían provocar —por así decir— a Cristo y su poder mesiánico. Igualmente nosotros en nuestra vocación que es camino, camino espiritual hacia Cristo para ser de Cristo, para ser alter Christus, también debemos acercarnos a esta Madre de nuestra entrega y darnos a Ella para entregarnos a Cristo, donarnos a Cristo, dedicarnos a Cristo.

No olvidéis que la Virgen ocupa, después de Cristo, el puesto más elevado y más cercano a nosotros, y que está unida con todos los hombres que necesitan de la salvación. Cuando esta madre buena vislumbra nuestros límites, se acerca para socorrernos antes de que pidamos ayuda.


«Haced lo que Él os diga.» En estas palabras, María expresa sobre todo el secreto más profundo de su vida. En estas palabras, está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un «Sí» profundo al Señor. Un «Sí» lleno de gozo y confianza. María, llena de gracia, Virgen Inmaculada, ha vivido toda su existencia, completamente disponible a Dios, perfectamente en acuerdo con su voluntad, incluso en los momentos más difíciles, que alcanzaron su punto culminante en el monte Calvario, al pie de la cruz. Nunca ha retirado su «Sí», porque había entregado toda su vida en las manos de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

 

 

Fuente: oraciones.com.es

 

Oleada Joven