¡Esa cabeza que da vueltas y vueltas! ¡Esa mente desenfrenada que se llena de pensamientos dañinos! ¡Cuántos recuerdos e imágenes que solo producen inquietud y melancolía!
Muchas veces nos hemos enfermado por dentro por no ponerle un freno a nuestra mente y a nuestra loca imaginación.
Lo peor es que cometemos algunos errores porque nos dejamos llevar por nuestras suposiciones, nuestros prejuicios, nuestras ideas fijas. Así, algunos problemas, que eran simples, se nos hicieron demasiado grandes.
La vida que Dios nos regaló nos ha dado muchas cosas bellas, pero, en lugar de disfrutarlas y agradecerlas con ternura, nos dejamos llevar por pensamientos tontos que nos tuvieron demasiado ocupados y no nos dejaron vivir en paz.
Esto no significa que nuestra mente no tenga valor. Es un regalo precioso de Dios. Pero hay que aprender a utilizarla para resolver nuestras dificultades, no para que nos domine y nos inquiete con pensamientos que nos hacen mal.
Para eso hay que pedirle al Señor que purifique nuestra mente y nuestra imaginación, que aplaque los pensamientos y las imágenes que nos perturban. El nos puede ayudar a liberarnos de ese remolino mental que nos quita la serenidad del corazón. Pídele insistentemente: “Señor, pacifica mi mente”
Fuente: extractos de “Un estímulo todos los días”, Víctor Manuel Fernández, Agape